No es ningún secreto que Yves Tumor lleva toda su carrera intentando alcanzar lo divino. La figura prístina o desdibujada de Dios aparece frecuentemente en su discografía, de manera textual y como una inevitabilidad sugerida por su deseo y su compromiso con lo metamórfico y omnipotente, con encarnarlo y poseerlo todo. Alejado del murmullo azufrado de sus primeros lanzamientos ambient y noise y del tortuoso pero triunfal ascenso del infierno narrado en "Safe In The Hands of Love” (2018), su LP de 2020, “Heaven To A Tortured Mind”, abrazaba placeres terrenales pero no por ello menos sofisticados, y canonizó a Tumor como su propio arquetipo de Dios del Rock, aupado por un sonido más bruñido y conciso y una desbordante sensualidad.
Una divinidad similar —mundana, ligera, universal— persigue su nuevo largo, “Praise A Lord Who Chews But Which Does Not Consume; (Or Simply, Hot Between Worlds)”. Si bien es el proyecto menos ambicioso y atrevido de Tumor hasta la fecha, es un álbum de conceptos y texturas elevados que lo acerca más que nunca al pop manteniendo su posición en el panteón de los artistas experimentales.
Históricamente, Tumor ha jugado con las expectativas; su modus operandi ha sido el de romper estructuras y deformar géneros: las influencias en sus temas (de Prince a My Bloody Valentine) eran palpables, fáciles de reconocer por instinto e igualmente elusivas, imposibles de señalar con precisión. El industrial y el glam rock se enmarañaban con el soul y el R&B, su música funcionaba como un collage que a menudo prosperaba a partir de la contrariedad, pero en el que todo límite se disolvía. En “Praise A Lord Who Chews…”, sin embargo, gobierna un aura de accesibilidad, como si el conflicto que burbujeaba bajo la superficie se hubiera disipado: los bajos prominentes, las guitarras post-punk y los teclados de goth rock destacan y adquieren cierta rigidez, conformando casi íntegramente algunas de las pistas menos disruptivas del disco, como “Operator” o “Meteora Blues”.
Aun así, incluso cuando parece ceder a los convencionalismos de un género, Tumor siempre encuentra la manera de girar el prisma y enseñarnos un reflejo nuevo entre aquello que creemos ya conocer: el falsete liviano que dirige “Parody” se distorsiona y desintegra al apagarse el tema; el aire minimalista y decaído de “Lovely Sewer” cobra una intensidad casi soul cuando la compañera de Tumor toma las riendas en el estribillo; “Heaven Surrounds Us Like A Hood” retiene parte de la carnalidad eléctrica que motivaba su anterior LP e incluye también algunas de las imágenes más oscuras y desconcertantes del proyecto, mientras que “Fear Evil Like Fire” lo ve recuperar su disfraz de superestrella R&B.
Temáticamente, Tumor todavía demuestra cierta fijación con lo macabro (el single principal, “God Is a Circle”, inaugura el álbum con un chillido in media res y se edifica sobre una respiración agitada, estableciendo un ambiente de paranoia casi claustrofóbica) y por la pasión enzarzada en violencia (el color rojo emerge como leitmotif, indicador tanto de lujuria como de fatalidad), pero en “Praise A Lord Who Chews…”, el artista principalmente contempla preocupaciones más tiernas y directas, y a lo largo de las pistas intenta localizar un remedio esquivo para su malestar al que a menudo se refiere como Dios: “Are you my Lord and Savior?”, inquiere en “Operator”; “Looked up to God / She looked so good”, repite en “Echolalia”; y una voz extraña confiesa en “Heaven Surrounds Us Like a Hood” que “I love the color blue beacuse / It’s in the sky / And that’s where God is”.
Este Dios sigue siendo un símbolo abstracto, pero la silueta de la fe que Tumor profesa está mucho más definida en este proyecto: en el amor se halla lo divino. Es la conclusión que cierra el disco, cuando una segunda voz femenina se une a Tumor en el catártico estribillo de “Ebony Eye” y ambos son elevados por una radiante sección de cuerda: “I can't describe this glowing light / There’s no other way than the pearly gates / I found my holy place”. Para alguien que ha dedicado la mayor parte de su obra a investigar nuestra lobreguez más recóndita, este desenlace es casi tan radical como la magistral fluidez sonora de la que Tumor ha demostrado que aún es capaz.
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