Recuerdo el día que compré “Young Team” de importación. Dos reputados músicos independientes catalanes empezaron a bromear sobre el nombre del grupo y sobre los discos estúpidos que solía comprarme.
Como de costumbre, se equivocaban. En mis manos tenía uno de los discos fundamentales de la década pasada. Quizás Mogwai no inventasen nada, quizás su curiosa mezcla entre las tormentas casi metálicas y los ecos de My Bloody Valentine en bruto no suponían una novedad en toda regla. Pero lo que sí supusieron fue una patada en los huevos a cualquiera que confiase en un formato distinto de canción que fuese más allá de los tres minutos, dos estrofas y tres estribillos. “Young Team” fue, y sigue siendo uno de esos discos que trascienden décadas y géneros, uno de esos trabajos que deberían aparecer en cualquier lista de obras alternativas de escucha obligada. Mogwai eran, por aquellos días mucho más que un grupo de calmas-tormentas. No apelaban a nuestro corazón, sino a nuestros terminales nerviosos y a nuestra epidermis. Desde entonces, Mogwai nos han ofrecido grandes momentos y otros que no lo han sido tanto, pero solamente por firmar “Mogwai Fear Satan” y por sus abrumadores conciertos ya merecen la vida eterna. No importa si en una discreta segunda fila, si en los cajones de los discos para público especializado, ni siquiera si sólo en nuestros recuerdos.
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