Pienso en mi padre y me acuerdo de cuando nos leía “El Hobbit” a mi hermana y a mí, de lo rico que le salía el cordero a la naranja y la de tiempo que hace que no lo cocina. Pienso en croquetas y también en discusiones adolescentes, pero sobre todo me vienen un par de imágenes que no tienen mucho sentido si no lo habéis visto: su cara de lechuguino cuando finalmente se casó con mi madre y la manera peculiar que tiene de sentarse.
Me impresiona bastante pensar en la posibilidad de que un día falte y, sin embargo, está claro que un día pasará. Por eso me pone la carne de gallina “Young Prayer”, el disco que Panda Bear grabó tras la muerte de su padre. Porque es introspectivo y tremendamente espiritual, curativo de una forma mágica, casi primitiva, emocional, emocionante y inteligentísima. Y es que en él, se deja acompañar por los fantasmas para construir un discurso en clave de folk alquimista a medio camino entre “Campfire Songs” y “Sung Tongs” de Animal Collective: ese rasgueo de guitarra, voces alucinadas, más dulces y concretas que en los discos del grupo, y ese sonido especial, como de vacío en medio de un bosque, arropado para la ocasión con casi nada, al descubierto, sin mas que cuatro palmas maravillosas y algún teclado, y lo que es más importante, nueve canciones inconcretas, balsámicas y preciosas que te reconciliarán con los espíritus y la música moderna.
Es como si hubiese enfrascado recuerdos y ensoñaciones mentales, sensaciones y energias y cuando pones el disco se meten dentro de tí como visiones e impulsos, es diferente a escuchar canciones, cuando le das al play, de ahí sale algo más que música