Se permiten apuestas. The Dresden Dolls pueden llegar a arrasar o se convierte en una rareza de culto. Con ellos no sirven las medias tintas. Con su disco de debut ya apuntaron hacia dónde iban los tiros. No importa lo arriesgada que sea su propuesta (cantante-teclista y batería), porque sus canciones ahuyentan la desconfianza.
En este nuevo disco, el dúo supera sus puntos bajos y tapa las grietas, monstrándose a pleno rendimiento. El sexo toma el protagonismo (“Sex Changes”, “First Orgasm”) y la ingesta de alcohol crea la aparición de demonios que dotan a su música de una cara tenebrosa. Amanda Palmer canta como si estuviese interpretando “Cabaret” en una sala neoyorquina, aunque el auténtico cerebro es Brian Viglione, quien marca la pauta desde la retaguardia, manteniendo el equilibrio y consiguiendo que todo funcione con la precisión de un reloj. Si la industria se rigiera por la lógica, The Dresden Dolls serían un caballo ganador. Lástima que eso no suela ocurrir.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.