Siempre que consigo evitar ese último piti preconcierto que te hace perderte al grupo telonero, siento la sana obligación de acercarme a sus miembros cuando terminan para felicitarles. Ya hayan dado un buen concierto o simplemente lo hayan perpetrado. Pero la primera vez que vi a Yawners en directo, en una velada compartida con Solo Astra allá por 2016. no sentí ninguna obligación, sino una irresistible necesidad de aplaudirles en toda la cara. La reacción de Elena Nieto (voz, guitarra) y Martín Muñoz (batería y coros) fue exageradamente tímida, apenas un fugaz contacto visual y un inaudible “gracias” que se evaporó en milésimas de segundo entre el ruido del Café La Palma. La puritita antítesis de lo que acababa de presenciar sobre el escenario: un torbellino de fiereza rítmica e insultante creatividad melódica que hacía imposible apartar la mirada del escenario. Ella, con camiseta blanca metida por dentro de unos pantalones vaqueros tres tallas más grandes, transmitía una seductora mezcla de ingenuidad y autenticidad que evocaba otra época. Curiosamente la misma que su repertorio, una imponente ristra de hits de rock al-ternativo con aceleración noventera al estilo de unas Breeders en estado de gracia. O de las Dover, pero mejor afilado. ¿Dónde están los ojeadores de Subter?.
Con el tiempo fui viendo cómo crecían sanos y fuertes, que hacían buenas migas con las Hinds y que por fin un sello, La Castanya, los fichaba. Ahora escucho su disco de debut, “Just Calm Down”, y me alegro por partida doble. Por ellos, que han sido fieles a su estilo y lo han perfeccionado en un álbum redondo y adictivo. Y por mí, por no haberme fumado aquel puto piti.
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