XXIII

Uno escucha este “XXIII” y llega a la conclusión de que algunos obviarán ciertos tics, ciertos riffs, ciertas reminiscencias a sonidos cercanos al metal o a los desarrollos de eso tan amplio que podríamos llamar rock urbano cantado en castellano, seguramente sin acertar con su denominación. Incluso podría echarles para atrás en algunas canciones. Pero como todo depende del cristal con que se mira, del oído con que se escucha y de los gustos con que se disfruta, seguramente habrá otro buen número de oyentes que reforzarán su identidad con el nuevo disco de Pomeray en base precisamente a esas reminiscencias.

Sea como fuere, lo que ambos grupos implicados no podrán negar, y lo que hará confluir a ambos en las canciones de “XXIII”, es la intensidad, agresividad, nervio y tensión de unas guitarras que parecen preparadas para despegar hacia ese espacio que es posible que mantengan aún como identidad pero que ha desaparecido en la firma de este disco. Ya sea como Pomeray a secas o añadiendo a Los Aparcabicis del Espacio, la formación consigue encauzar un adrenalina que bien puede responder a la presencia a los mandos del estudio de un Martín Capsula que acerca en más de una ocasión algunos ambientes a ese garage dislocado a base de calambrazos propio de su banda. Momentos en que la cosa sube de potencia. De la misma manera que lo hace cuando los arañazos punk parecen acercarles a los disparos de Sonic Trash, banda hacia la que se aproximan en los mejores momentos de la rodaja.

Así, canciones como “Big Bang” apuntan hacia los caminos más disfrutables de un grupo que ha cuidado con esmero la presentación estética de su trabajo. Y que parece centrarlo temáticamente en un Bilbao que ya fue y que a pesar de su supuesto feísmo, aún es recordado por muchos que ven con cierta distancia la ciudad bellamente turística actual. Aunque tanto antes como ahora, en los callejones siempre habrá gente con unas guitarras en las manos.

Pomeray son de esos.