Xenia Rubinos está siguiendo algo con la mirada, pero no consigue ubicarlo del todo. “There she is/No, wait, there she is!” (Ahí está/¡No, espera, está ahí!) repite en “Ice Princess”, la breve introducción hablada de su tercer álbum, “Una Rosa”. El mantra suena a exclamación involuntaria, al resoplido casi accidental que acompaña los esfuerzos fútiles de alguien intentando situar un destello evasivo, impredecible, que se transforma con cada parpadeo.
Es el preludio ideal no solo para este proyecto metamórfico, sino también para la propia Xenia, cantautora de Brooklyn con raíces cubanas y portorriqueñas. La identidad musical de Rubinos siempre ha estado vertebrada por una cierta anarquía, pero donde en anteriores álbumes usaba sus habilidades para mezclar géneros para tratar de escapar ideas preconcebidas sobre lo que significa ser una artista latina, en “Una Rosa” sirven para formular una potencial redefinición, sónica y cultural, del concepto de latinidad.
Rubinos no se deshace de las percusiones sincopadas, los teclados encrespados y las melodías undulantes de soul y jazz de “Magic Trix” (13) o de los chisporroteos hip hop y R&B, las guitarras funk y las armonías prístinas de “Black Terry Cat” (16). Cuando aparecen en el esqueleto de “Una Rosa”, sin embargo, parecen deformarse y encontrarse en rincones extraños, inauditos, como una arquitectura de Gaudí —y de la misma manera están recubiertos por un centelleante mosaico, un delicado barniz de sintetizadores y referencias caribeñas.
A pesar de ser su trabajo más vanguardista hasta la fecha, “Una Rosa” existe precisamente porque está en conversación constante con el pasado. En esencia, el álbum funciona como una caja de recuerdos: en “Una Rosa”, la piedra angular del proyecto y la canción que lo bautiza, podemos oír una melancólica versión a flauta de la danza homónima de José Enrique Pedreira. Es la misma sintonía hipnotizante que emanaba de la lámpara de fibra óptica en forma de flor que Xenia se sentaba a observar en casa de su bisabuela cuando era una niña. La indeleble imagen de la lámpara, animada por un mejunje indeterminado de colores, acabaría convirtiéndose también en la inspiración para la portada del disco.
A lo largo de “Una Rosa”, lo retrospectivo, introspectivo y prospectivo continúan mezclándose para crear un tapiz de texturas aparentemente discordantes pero sin costuras visibles, en el que una plétora de influencias fluctúan entre titubeos tímidos, resplandores intermitentes y el estado de combustión: despojado de todo artificio, "Ay Hombre” sonaría como un simple bolero, pero el despecho en la voz de Rubinos se ve intensificado por el autotune y amplificado por un frío y siniestro teclado; cuando la artista repite, en clave de rumba, su original letanía para invocar la resiliencia (“Sacude, sacude y Dios que me ayude”), la oración trae consigo ecos remotos de una tradición tanto emocional como musical que reverberan entre sintetizadores oscilantes y latigazos electrónicos; en “Who Shot Ya?”, una breve interpolación del clásico de Bob Marley “I Shot The Sheriff” actúa como entradilla para que Rubinos exprese su frustración ante asesinatos como el de Breonna Taylor —una mujer afro-americana de veintiséis años que murió tiroteada por la policía en su propia casa en marzo del año pasado— o los centros de detención para niños inmigrantes que parecen adornar permanentemente la frontera estadounidense con México, sin importar quién ocupe el Despacho Oval.
En ese mismo tema, Rubinos también recupera unos versos del poeta cubano José Martí: “Soy de todas partes/Y a todas partes voy/Arte soy entre las artes/En montes, monte soy”. Entre tal exuberante variedad de influjos, estas palabras son las que mejor capturan la naturaleza caleidoscópica del álbum: en “Una Rosa”, la cantautora emplea la memoria particular y popular como gasolina para moverse en diversas direcciones, evitando caer en punto muerto; buscando habitar cualquier cuerpo, tomar cualquier forma excepto una previsible y estática.
Cuando en la penúltima canción del disco entona en bucle “What is this voice? And who is that?” (¿Qué es esa voz?/¿Y esa quién es?), Xenia Rubinos no está engañando a nadie: sabe perfectamente que la voz es suya, que es ella. Tan solo está preguntándose qué más puede llegar a ser.
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