David Eugene Edwards sigue robusteciendo sus tortuosas viñetas de rock gótico sureño -preñadas de turbia espiritualidad- en su noveno álbum, uno de los más enérgicos, eléctricos y punzantes de su carrera como Wovenhand. Se nota de nuevo la mano de Sanford Parker, uno de los productores más activos de los sonidos duros norteamericanos (Voivod, Pelican, Rwake), en los Electrical Audio de Albini, así como los sintetizadores del recién incorporado Matthew Smith (Crime & The City Solution), dada su equidistancia actual entre el rock ominoso y opresivo y cualquier derivado metálico (sobre todo en su encaje en festivales de ambos palos). El álbum es granítico, satisfactorio para el fan de largo recorrido, pero también tan monolítico que explica por qué el proyecto principal del ex 16 Horsepower, pese a orbitar en la misma esfera que Nick Cave, Swans o Mark Lanegan, sigue orillado en el ámbito de las bandas de culto.
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