A David Eugene Edwards me lo imagino en un refugio de las montañas del Colorado, rodeado de velas, de estampas de Jesucristo, de enciclopedias que explican al detalle la historia de la música tradicional europea, y él allí, con su taza de café, papel y lápiz, y una guitarra para ir descorchando melodías rugosas y decadentes. Y es que él debe ser uno de los personajes más íntegros, intrigantes y perspicaces del momento. Con 16 Horsepower sepultados en el recuerdo, ha personalizado aún más si cabe su música, le ha dado nuevos bríos, ha adoptado las consignas planteadas por la música árabe, explora los sonidos de Oriente, África y los Balcanes, e incluso ha rescatado una antigua melodía medieval para orientar una de sus canciones (“Swedish Purse”). Más denso todavía, oscuro como una noche cerrada del mes de diciembre, Edwards no deja espacio para la improvisación, todos sus pasos están estudiados, las sombras se suceden, su voz se filtra y se torna desafiante en “Elktooth”, una pieza que podría ilustrar una viñeta cinematográfica de un David Lynch en estado de gracia. Hay algún leve respiro, como el de la instrumental “Bible And Bird”, o esas “Dirty Blue” y “Winter Shacker”, las más cercanas al patrón de 16 Horsepower. Un genio a la sombra.
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