Strange to explain
DiscosWoods

Strange to explain

8 / 10
David Pérez — 08-09-2020
Empresa — Woodsist/Popstock!
Género — Pop

Con los ecos de ese “amor es amor” como mantra infinito y morfínico antídoto de su anterior álbum, Love is love” (16), aún pululando en el ambiente, Jeremy Earl deja atrás la desilusión y desesperanza político-social, para recuperar el halo arcano y esencia primigenia de la banda, aquella extrañeza oscura y luminosa que crecía como enredaderas y envolvía los mejores discos de Woods.

Tras fundir su bosque de psicodelia folk con el rock progresivo y espacial de los suecos Dungen en el EP colaborativo “Myths 003” (18) y, con la herida aún abierta y palpitante por el suicidio de David Berman, dulzor infinitamente amargo de ese homónimo “Purple Mountains” (19) que produjeron y en el que hicieron equipo con el exlíder de Silver Jews, la formación de Brooklyn, con Earl y Taveniere al frente, se unió en la distancia de la pandemia mundial y reaparece ahora con su undécimo álbum, “Strange to explain”.

El falsete más auténtico de Jeremy Earl deja su estela multicolor en el aire, recorriendo atmósferas inquietantes de resplandeciente psico-folk-pop marca de la casa, con pulso de jazz africano y aromas tex-mex, más un extra de resonancias orientales, como en la muy paradigmática del lote “Where do you go when you dream”. Y es que, esa pregunta de “¿a dónde vas cuando sueñas?”, estuvo muy presente en la creación de estas flamantes once ensoñaciones, con Woods tejiendo misteriosos y cegadoras paisajes bajo mágicos cielos estrellados, alrededor de una hoguera de encadenadas y liberadoras noches de insomnio.

Del hipnótico zigzagueo inicial de “Next to you and the sea” o una contemplativa “Before they pass by” que cuece nostalgia a fuego lento, a la frondosa y catártica “Can’t get out”, en la que, con sabor a sudorosa jam entre Dire Straits y un Sting en trance atrapado en un bar de Twin Peaks, la voz de Earl cabalga a tumba abierta, como un relámpago que se abre paso en la madrugada americana. “No puedo volver, / no puedo salir, / no puedo respirar, / déjame estar”. Fraseos que rajan la bruma áspera de guitarras y un omnipresente mellotron que empuja y filtra olas sintetizadas en tu mente, un vaivén de teclados que se expande surco a surco, constelación a constelación.

Emil Cioran decía que “Se aprende más en una noche en vela que en un año de sueño. Lo cual equivale a decir que una paliza es mucho más instructiva que una siesta”. Y de ahí, de la falta de sueño y el insomnio como compañero, le vino la inspiración esta vez a Jeremy Earl que, estrenando paternidad, se adentró en madrugadas de desvelo y encontró en ellas la inspiración de este “Strange to explain”.

“Puedes reinventarte para no escaparte, / ¿Sabes que? / Yo he estado ahí antes, / cualquier otro día. / Desvanecerse, eso es un hecho”. Después de la tormenta de garage y destellos distorsionados, llega la canción titular y la banda alcanza cimas de belleza melódica al alcance de muy pocas formaciones. Puede ser “extraño de explicar”, pero una inesperada brisa nos golpea suavemente el pecho y colma de calma todo problema o preocupación, desvaneciéndonos y reinventándonos en el continuo flotar de cada verso de “Strange to explain”, para seguir surcando sonoridades acústicas y redentoras en “Just to fall asleep”, con seis cristalinas cuerdas que tornan toda pesadilla en la mejor de las quimeras.

El latido central, disfrazado de interludio, lo marcan con “The Void”, desplegando en un ecuador instrumental de poco más de dos minutos, toda la magia, madurez y libertad de la formación, tirando de raíces y texturas mil bajo las alas, de los ritmos africanos, a los vientos fronterizos.

En la recta final las pulsaciones aumentan con la efervescente y brillante “Fell so hard” (en directo se antoja una explosión de felicidad sin pausa), con curvas adictivas y guitarras que terminan por centrifugarnos en huracanes que no nos dejan tocar el suelo. Y, aún girando en órbita solar, con versos cortantes y rabiosos como: “Puedes llenar tu vacío con una taza vacía... / Podría destrozarte, casi todas las noches...”, la banda al completo rezuma luz por cada poro de la piel y nos arrastra al eclipse de “Light of day”, para, finalmente, aterrizar y pisar tierra, rodeado por el canto de los pájaros en la bucólica “Be there still”, donde, si cierras los ojos y respiras hondo, el amor se te queda aferrado a los pulmones una buena temporada.

La experimental y extensa “Weeken wind”, con serpenteo jazzístico y funk que funde en western crepuscular, es la guinda perfecta para despedir otra obra sobresaliente de Earl y compañía, demostrando una vez más que melancolía y felicidad pueden caminar juntas y que, nadie como Woods para surcar de la mano esa fina línea, sonora e invisible, que separa el mundo de los sueños, de la realidad.

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