Brooklyn (NY), invierno de 2016. Jeremy Earl escribe y graba con sus compañeros un nuevo álbum, el décimo como Woods, y lo hace como respuesta al resultado de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos. Si algo hay que agradecer a Donald es que haya logrado inspirar a innumerables artistas en sus tareas de creación. Al menos, a quienes viven en el país que más va a sufrir su mandato. Siendo optimistas en este mundo globalizado de hoy, en el que sube el precio de la luz y hasta el del hachís en Gijón cuando la hijísima Ivanka Trump se constipa en Texas, sólo cabe pensar que la buena música siempre conseguirá traspasar las fronteras espaciales y temporales para colarse en el ánimo de la gente que sepa y pueda encontrarla, escucharla, disfrutarla. Así, llegando el verano de 2017, los sutiles mensajes que Woods ha incluido en “Love is love” quizá ya hayan prescrito -¿no lo anunciaba Lennon ya en 1970? El sueño ha terminado-, pero algunos de sus ritmos conseguirán que sigamos moviendo la cabeza como perritos decorativos por tiempo indefinido.
Love is love is love is love is love is love actúa cual mantra en la voz de Jeremy Earl, palabras, sílabas, fonemas que abren y cierran este álbum de apenas seis temas, cantadas con optimismo contenido, con más emoción que significado. Ay, la fuerza del amor… Sus falsetes domados, igual que los de otros cantantes apegados al pop 70s (Devendra Banhart o Eric D. Johnson de Fruit Bats), combinan perfectamente con un abanico de instrumentos de cuerda, viento y percusión hasta levantar canciones monumentales, fáciles de tararear… Pienso en “Bleeding Blue”, el tema más combativo del disco. Woods consigue esconderse entre subgéneros –psico-folk, pop africano, rock ácido- como un lagarto en tierras áridas, politizando sus dudas en acústico y musicando el presente con fórmulas de antaño. “Lost in a Crowd” es amable, transmite esperanza antes de caer en cierta vocación de duelo introspectivo, tan propio de la banda: la marcha fúnebre instrumental “Spring Is in the Air” rompe el disco en dos mientras abre las puertas de la percepción a oyentes seducidos por temas de larga duración (10 minutos), que Woods suele incluir tanto en directos como en grabaciones de estudio. Son diez minutos de viaje que nos conducen por Egipto y Nueva Orleans hasta el desierto de Joshua Tree, y nos dejan colgados para luego iniciar la caída con “Hit That Drum”, como acróbatas que confían en la red protectora al final del ejercicio. ¿Sigue ahí abajo? Woods cierra con amor y guitarras exóticas, casi jazzísticas, este nuevo álbum, volviendo al presente con energía y con la rotunda intención de transmitir un mensaje adquirido tras doce años de carrera: la música, como el amor, puede con todo.
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