Desolador, crudo y oscuro es el regreso de Yoann Lemoine. Una endemoniada pieza que refleja una sociedad ahogada en una enorme masa negra que no consigue levantar la cabeza. “S16” explora así la obsesión del creador francés por el frío sector industrial, sus enormes máquinas, enfrentándolo a sonidos orgánicos que reproducen su lado más íntimo y personal. En resumen, la vida contra la ciencia ficción. Lo analógico contra lo digital.
Minimalista, sutil y a la vez ostentoso, cinematográfico. Woodkid exprime toda la brillantez artística que posee en una pieza repleta de paisajes sonoros fascinantes, texturas escalofriantes y una enorme, y bella, parte orquestal que lleva el peso del disco. No abandona la epicidad y teatralidad de “The Golden Age” (2013); más bien la madura llevándola a otro nivel. Ha aprendido a jugar con los silencios, a explotar sus capacidades vocales al cien por cien y enfrenta su icónico registro grave a unos agudos sin fin como si fuera una batalla entre el bien y el mal.
“S16” habla sobre la dominación de las grandes potencias, sobre las limitaciones humanas, el existencialismo… Pero, a su vez, también trata temas más íntimos como el desamor, la autodestrucción, la toxicidad o las frustraciones individuales de cada persona. El álbum de once temas inicia su viaje con una agresiva “Goliath” grabada en los estudios Abbey Road (cuyo vídeo recibió un enorme reconocimiento por parte de la crítica) en la que representa lo pequeño que puede ser el hombre en la sociedad actual a través de una asfixiante base de percusión digital, sintetizadores y distorsiones. A grandes rasgos, el álbum tiende a jugar de forma constante a romper, filtrar y transformar eternos arreglos de cuerda, o delicadas piezas de piano, entre capas de beats y distorsión. Enfrenta la calidez de una creación orquestal cuidada, al frío y la agresividad de los sonidos industriales. Genera la duda de qué es verdaderamente orgánico en lo que estamos escuchando y qué una pura creación digital.
Como apoyo en la producción nos encontramos a Ryan Lott y al francés Tepr que potencia el lado más electrónico. Entre las canciones más brillantes del disco habría que aplaudir esa “Pale Yellow” construida sobre sonidos de máquinas de Jean Tinguely, escultor suizo, grabados en el Museo Stedelijk de Amsterdam y convertidos en samplers. Un tema que habla sobre uno de los contenidos más recurrentes en el disco: las drogas y la adicción a los antidepresivos. Por otro lado, la atormentada y descorazonadora “Reactor” incluye la colaboración del coro japonés Suginami Junior Chorus. El propio Woodkid pudo grabar en Tokyo con ellas antes del confinamiento y su participación eleva por completo el tema a un nivel superior llevándote a una angustia que eclosiona en el disco más tarde con ese grito de ayuda que supone “Shift”. Y, por último, no podemos olvidarnos de la bellísima “Horizons Into Battlegrounds” en la que Lemoine se sienta al piano para desnudarse por completo y expresar así su fragilidad y miedo a la dependencia, a no poder ser tan libre como le gustaría.
En “S16” todo es importante, desde su definida y cuidada identidad visual hasta el ruido más pequeño que puedas intuir en cualquiera de los temas. Todo está medido a conciencia y cada uno de los temas aporta algo nuevo al concepto final del álbum. Se trata además de un proyecto de múltiples lecturas, de largas y repetidas escuchas que te harán enamorarte de él. Sería injusto valorar lo nuevo de Woodkid comparándolo con el aplauso comercial de “The Golden Age”. Respiran universos muy diferentes y Lemoine ha construido en pleno 2020 un álbum tremendamente enriquecedor que es mucho más una pieza artística, y crítica, que un proyecto musical al uso.
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