Desde su resurrección discográfica en 2003, los muchachos comandados por Colin Newman no han perdido el tiempo: Seis discos (más los cinco de Githead, el proyecto paralelo de Newman) y varios singles, es un balance que pocas bandas suelen entregar en un periodo de tiempo similar, y que refleja envidiable inquietud.
Lo cierto es que Wire, una de esas bandas de prestigio más influyentes entre los músicos que entre el público, se adelantaron con olfato al sorprendente revival del post-punk artie que hemos vivido en los últimos años; un saqueo no tan sangrante, desde luego, como el torpe plagio que sufrieron de Elastica a mediados de los 90, aunque, sin duda, los de Londres deberían recibir royalties de unos cuantos espabilados que ejercen de inventores del art-punk (ésa es otra historia).
Lo importante es que a diferencia de otros compañeros de generación, la discografía reciente de Wire (como sus conciertos) no es sólo digna: Tiene canciones estupendas, que mantienen intacta esa tensión misteriosa que les caracteriza. Si están a la altura de lo que hicieron en sus tres primeros discos seminales, es una cuestión que a mi juicio no tiene mucho sentido, puesto que los Wire del siglo XXI son otra criatura. Lo que importa, por encima de géneros, es si Wire tienen algo que decir a estas alturas, y “Nocturnal Koreans” confirma que sí. El ahora cuarteto continúa con su manera de entender el pop desde esa fría portada arquitectónica y el minimalismo ascético de su instrumentación.
“Nocturnal Koreans”, mini álbum de ocho canciones y apenas 26 minutos, retoma esa concisión que han venido persiguiendo y concretando en sus recientes trabajos, de sonido seco pero extrañamente atmosférico: Melodías infecciosas (“Nocturnal Koreans”), elegante sentido pop (“Still”, “Internal Exile”), oscuridad eléctrica contenida (“Forward Position”), urgencia visceral (“Numbered”). En tiempos en los que los fuegos artificiales se sobreestiman, la sobria propuesta de Wire se engrandece. Newman y sus socios Graham Lewis, Robert Grey y el joven multi instrumentista Matthew Simms destilan el pop hasta dejarlo en su esencia, lejos de etiquetas, en su mundo particular e intransferible, subyugando al oyente escucha a escucha.
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