No sé ustedes, pero a uno le escuece que Will Johnson no goce del prestigio de un Will Oldham, un Jason Molina o un Bill Callahan. Afable, en absoluto atormentado ni caminando por el lado salvaje de la vida, da la impresión de que sus logros quedan eclipsados por no cotizar en el absurdo mercadeo de las tendencias o de los talentos martirizados. Pero su trabajo es tan mayúsculo como el de aquellos.
Su quinta entrega en solitario bascula entre el rasguño eléctrico, el toque sintético de John Congleton y el susurro de la devastación sentimental, validando esa tercera vía entre los lamentos acústicos de South San Gabriel y la restallante reformulación del legado de los Crazy Horse que sus ya finiquitados Centro-matic no volverán a facturar. El saldo es crudo y crepitante, henchido de honestidad y canciones tan lacerantes como madurar a golpes de realidad. Y siempre brillante.
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