Torres Blancas
DiscosWild Honey

Torres Blancas

8 / 10
Noé R. Rivas — 31-05-2017
Empresa — Lovemonk
Género — Pop

Guillermo Farré sigue embelleciendo aún más sus composiciones al frente de Wild Honey, reflejando nuevas inquietudes orientadas hacia el pop más orquestal. En su segunda referencia en castellano, nos encontramos un trabajo con una capacidad sugestiva visual muy destacada, sin dejar de lado un lenguaje directamente relacionado con lo vacacional pero recogido. El influjo tropicalista iniciado en su anterior “Big Flash”, continúa presente sin manifestarse como uno de los recursos más poderosos del músico, ya que en todo momento atiende a estructuras de enorme calidez. En esta ocasión, el madrileño optó por trabajar con Frank Maston en la mezcla, obteniendo unas texturas cambiantes para dirigirse a un apartado de sorpresa instantánea en cada toma. De este modo, sus aventuras a través de paisajes en los que abunda todo tipo de exotismo entendido como algo enriquecedor e imaginativo, consiguen trascender al plano sonoro de la placidez. A todo esto, tenemos que sumarle la gran capacidad del músico para reflejar ideas de lo más espontáneas, encontrándonos pequeños retratos de situaciones capaces de despertar recuerdos de lo más variados en el oyente.

A través de los arreglos de cuerdas y vientos logrado por Sean O’Hagan (The High Llamas), temas como “Leopardo” fluctúan entre un carácter sinestético y onírico, poniendo de manifiesto la búsqueda incansable por lograr un imaginario de lo más abierto. Una sensación que se manifiesta aún más a través de la perfecta integración entre los sonidos más orgánicos y eléctricos, consiguiendo crear unas composiciones donde los efecto modulares de los teclados aportan leves pinceladas de psicodelia sesentera que redondean aún más la propuesta. El bagaje musical reflejado en su anterior EP “Medalla de Plata” vive su perfecta continuación en esta nueva entrega, reposando del mismo modo las melodías sin llegar a caer en la languidez. Una gran habilidad para que composiciones como “Ojo de Cristal” sea conducida en todo momento a través de acordes de lo más sencillos, para superponer pequeños elementos que crean el efecto propio de un cuadro de colores de lo más vivos pero no chillones.

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