Un año después de publicar por sorpresa el explosivo “Star Wars” (15) y aún con la corriente eléctrica serpenteando por nuestros cuerpos tras las inolvidables descargas de su reciente gira, Wilco desatan una minimalista y brillante lluvia de estrellas con “Schmilco”, su décimo álbum de estudio. Doce temas compuestos por Jeff Tweedy, grabados en The Loft, el estudio que tiene la banda en Chicago y editado por su propio sello dBpm Records.
Wilco dejan en este nuevo trabajo las autopistas de guitarras abrasivas y distorsiones infinitas, aparcan los arreglos barrocos y preciosistas y se sumergen en la calidez de sus propias raíces, con un trabajo de carácter acústico que cala poco a poco, como esa luz redentora del atardecer que empieza a irse pero todavía dora la piel. Se despereza el día con la delicada nebulosa de rasgueos y punteos en “Normal American Kids” y el balanceo de cuerdas sigue en la deliciosa y reconfortante “If I Ever Was a Child”, single que esconde y desvela el alma de esta obra, con Glenn Kotche y John Stirratt marcando el pulso y la banda al completo a pleno rendimiento, expandiéndose y atrapándonos en su genuino universo. El grupo ha ido dejando atrás referentes y etiquetas, ahora bucean en su propio estilo, exploran y disfrutan su esencia disolviéndose lentamente en ella, como un azucarillo en el café, una y otra vez. Si su anterior título era áspero y afilado en las primeras escuchas, en “Schmilco” saboreamos rápidamente el aroma de lo auténtico.
Casi ninguna pista del disco sobrepasa los tres minutos y llega “Cry All Day” con sus más de cuatro, como una contenida locomotora que va cogiendo velocidad en la noche mientras la brisa nos da en la cara, y no queremos que termine nunca. Una delicatessen marca de la casa en la que tejen una espiral sonora y la voz de Tweedy va acariciando cada nota. A años luz quedaron formaciones estelares y hermanas en su momento como Bright Eyes, My Morning Jacket, Band of Horses o los más coetáneos The Jayhawks, en la actualidad pocos pueden seguir sus pasos de estudio y nadie llega a tal perfección sobre un escenario. Su sonido no es que sea una roca, es un diamante que brilla tan fuerte que se acercan peligrosamente a la alquimia o magia.
“Common Sense” desquebraja la calma, dando rienda suelta a su capacidad de enmarañar hasta el infinito su música. Un corte oscuro, intrigante e incómodo que en directo amenaza con poner en serios aprietos nuestros tímpanos, con un final que te explota dentro de la cabeza como palomitas de maíz. Nels Cline, fundamental desde su llegada en 2004, sigue aportando un plus de riesgo y virtuosismo a las seis cuerdas que pocos podrían sumar, dejando su firma y desbordando su caos controlado a lo largo de cada surco, como en “Locator” (primer adelanto), donde araña y muerde la melodía como un animal enjaulado. “Nope”, “Someone To Lose” o la caja de música onírica que abren en “Happiness”, reflejan como en el giro introspectivo, armónico y buscadamente fragmentario de “Schmilco”, flota el desencanto y amargor del descontento social general, lo impersonal de una sociedad que te agrupa, localiza/controla y vende sin que apenas nos demos cuenta.
Los teclados de Mikael Jorgensen unifican la etérea y vaporosa atmósfera de “Shrug And Destroy” y pintan junto a Pat Sansone, multiinstrumentista y pieza también imprescindible, la base oriental de “We Aren’t The World Safety Girl”. Vuelan y vuelven a diluirse en la despedida crepuscular de “Just Say Goodbye”, y con ganas de más, antes de que la aguja descarrile en la última curva, la levantamos y la volvemos a dejar caer sobre el punto de partida. La guinda la pone el diseñador catalán Joan Cornellà con la portada y su inconfundible humor negro, remarcando la felicidad negativa que palpita en esta docena de balas con vida propia, que sin remedio, iluminarán e impactarán sobre la esperanza aún no perdida y todo lo demás.
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