Era tanta la decepción acumulada tras el destensado “Mirage Rock” (2012) y su complaciente secuela en directo, “Acoustic at The Ryman” (2013), que el quinto álbum de los Band Of Horses de Ben Bridwell y compañía ha sido acogido con una calidez que va desde el alivio hasta el entusiasmo. Y aunque la supervisión de Jason Lyttle (Grandaddy) y Rick Rubin les ayuda a conjugar un mesurado equilibrio entre la asunción de un legado muy tradicional y renovados arrebatos de brío, lo cierto es que la fase de placidez familiar por la que atraviesan tampoco logra que se desembaracen del todo de esa odiosa etiqueta, dad rock, que tanto les perjudicó, aunque no fuera acuñada para ellos.
Entre la llovizna que empapa ese audaz órdago de siete minutos que es “Dull Times/The Moon” y la bonita coda final de “Even Still”, hay motivos para que algunas páginas de su devocionario se renueven: el ímpetu pop de “Casual Party”, ese crujiente dueto con J. Mascis que es “In A Drawer”, el sempiterno cruce entre vulnerabilidad y puntería melódica que concretan en “Whatever, Wherever” o el logrado guiño a Neil Young de “Lying Under Oak”. Pero también discretas letanías folk rock como “Country Teen” o pasajes tan rutinarios como “Throw My Mess” o “Barrel House”, que redondean la tesis de que la brecha de la mediana edad y los peajes de la paternidad no constituyen precisamente el mejor viaducto para que el filo de sus canciones recupere por completo el corte de antaño. No escasean los signos de recuperación, no. Pero aún así su saldo se antoja un magro repunte para los creadores de “Is There A Ghost?”, “The Funeral” o “No One's Gonna Love You”.
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