Ya sabíamos de su capacidad de mutación desde hace mucho tiempo, por eso que cada disco de Jesu conlleve una pequeña transformación que le haga evolucionar y acercarse progresivamente hacia el mundo del pop, en el fondo, no debería extrañarnos.
Y es que el inglés, ya desde los inicios de este proyecto en solitario, ha ido recorriendo un camino donde las atmósferas decaídas y cierto aire metálico han ido mutando a favor de un pop de carácter lánguido al que gusta acompañar de atmósferas electrónicas. Puede que eso no sea del agrado de todos sus fans, especialmente los más veteranos, pero hasta incluso cuando debemos admitir una pequeña decepción, Justin Broadrick es capaz de regalarnos algo superior a la media. En este caso, canciones que saben aportar esa dosis de sensaciones tan características, donde melancolía y opresión siempre van unidas a un toque de dulzura extra que ahora sabe redondear –o al menos desde un par de discos atrás-, y traducir en temas tan accesibles como irreprochables por su calidad. Puede que vaya siendo hora de olvidarnos de la aspereza que le hizo famoso.
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