Hay una parte del nuevo trabajo de White Lies que te devolverá a 2009, al momento en el que temas como "To Lose My Life" o "Farewell To The Fairground" -extraídos del debut del trío británico- te hacían corear aquellos estribillos melodramáticos, entregado al placer; culpable o no, eso ya lo decidirá cada lector. Y eso encarnan canciones como "Tokyo" o "Believe It". Temas abrazados a un sonido más pop, de sintetizadores retro y repeticiones que, como apuntaba el filósofo Theodor W. Adorno, es en dicha repeticiones donde se genera el placer del oyente.
"Time To Give" es la canción que abre este quinto trabajo y sin duda es uno de los temas más ambiciosos del trío; sino el que más. Siete minutos en el que la épica a la que nos tenían acostumbrados se rebaja hasta niveles más íntimos, introduciendo coros y armonías y reduciendo los elementos para que el foco de atención recaiga sobre distintos puntos, como puede ser la voz de Harry McVeigh o el halo barroco de la melodía.
El contraste llega con el siguiente corte, "Never Alone", más en la línea de lo que nos tienen acostumbrados: una sección rítmica galopante que espolonea la voz de barítono de McVeigh, caminando hacia un final luminoso. Con un constante zig-zag musical, "Finish Line" o el final de "Kick Me" muestran una faceta poco vista de White Lies, esa que invita a sentarte en su local de ensayo mientras improvisan con guitarras acústicas y despojados del dramatismo -a menudo criticado como superficial- que tanto les caracterizada.
Un álbum en el que hay más variedad de sonidos gracias a un mayor control en el estudio de grabación y la posibilidad de asumir más riesgos, junto a una actitud por ofrecer algo distinto sin comprometer la esencia White Lies, liberados de conceptos más restringentes como en sus primeros discos.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.