Que Douglas Dare haya convertido el libreto de “Whelm” en un cuaderno de poesía y como poemas se refiera a sus canciones habla muy a las claras del tipo de relación que mantiene con ellas. Más allá de sus condiciones innatas y aprendidas para la música -impresionante chorro de voz y un dominio del piano que se explica al conocer el dato de que su madre ejerce como profesora de ese instrumento- la relación del joven y menudo británico con el pop no puede entenderse de otra manera que desde un punto de vista emocional.
Obviamente la suya no es una historia de maltrato físico y psicológico como la de Antony Hegarty, pero sus canciones, a caballo del clasicismo y cierto espíritu avantgarde, sí parecen cortadas por un patrón similar: virtuosismo puesto al servicio de un conmovedor ejercicio de exhibicionismo a corazón abierto. Es otro de esos nuevos valores del pop británico que los chicos del NME deberían sacar en portada para que volviésemos a tomarles en serio...
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