Calexico, Gerónimo, Jesse James y un banjo dispensan una bienvenida al segundo disco del grupo zaragozano Bigott, que no presagia la cabalgada rítmica que con “Chirilo-lai-lo” nos prepara para “Marymonky”, una explosión de creatividad que encadena rock, free jazz y experimentación vocal e instrumental a la altura de lo mejor de la banda. Bienvenidos a otro nivel. Borja Laudo desarrolla en este disco una cantidad de registros, y lo hace con tal naturalidad, que seduce y emociona, sobrado de talento y personalidad. El cuarto corte, “Mi preciosa flor”, con su guitarra y su melodía silbada demuestran que el genio no necesita de mucho artificio, mientras que con “Dirty Patrick” es capaz de subir la temperatura de la habitación en apenas dos minutos. El piano aparece en “Vamos a morir”, y es como si Ipanema se colara en el Rancho de la Luna inundando de dulzura la fatal premonición. Vuelve el rock arenoso y la psicodelia, y la mezcla entre percusiones cálidas y arte fronterizo. Otro giro y el escenario se transforma en pista de baile para un minuto de funk y adivinanzas que deja paso a una nueva tormenta del desierto. Nueve minutos y la hipnosis creada por Bigott en “Aqaba” no te soltará nunca. No hay tregua. Si le prestan la atención que merece a esa brutalidad ineludible que es “Si eres tan-ti tan”, Bigott contestará dejándolos sin respiración con la perfecta sencillez de “Cochino Bravo”. Y cuando llegue “Hawaii esquimal” van a deshacerse con esas cuerdas, con sus metales, con la maestría de Javier Vicente, Andrés Perruca, Clara Carnicer, y el productor, Paco Loco, orquestándolo todo. Les digo que Bigott son definitivamente mi banda de cabecera. Y que si no lo están escuchando ya se están perdiendo una de las experiencias más excitantes que puedan disfrutar en esta vida.
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