No hay duda de que Kurt Vile es uno de los hombres de moda en lo que respecta a la música norteamericana. A medio camino entre el americana y el indie, todo lo que toca parece convertirse en oro y, por si eso fuera poco, esa flor parece extenderse a los que le rodean. Steve Gunn es uno de ellos y por eso no es de extrañar que algunas de las más importantes publicaciones hayan considerado su último disco uno de los grandes álbumes de lo que llevamos de año. Bueno, por eso y porque el disco es realmente bueno. Si en sus aventuras con Vile ya vislumbrábamos que Gunn es un excelente compositor, con este disco (el décimo de su carrera en solitario) se confirma definitivamente como un excelente compositor.
Canciones simples y polvorientas, exuberante cuando es necesario, pero sin arreglos de más, Steve Gunn construye una especie de rock americano cósmico en el que su voz entre aturdida, densa y profunda pone los cimientos a uno de esos discos que tema tras tema te va calando. Como si John Fahey, Lou Reed y Duane Allman se encontraran en el desierto de Mojave. Entre hipnótico y dylaniano, entre el Krautrock y la psicodelia. Indefiniblemente delicioso.
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