2018 puede ser el año de Watain. Al menos el del resurgimiento de sus propias cenizas. En “Nuclear Alchemy”, corte que abre el disco a mil revoluciones, parecen bestias recién liberadas de las cadenas del anterior “The Wild Hunt”, un disco más progresivo, melódico y abierto de miras que supuso un revulsivo entre el núcleo más aguerrido de sus seguidores.
No sabemos si influidos por ese desprestigio infundado y repentino, o bien por el suicidio de Selim Lemouchi, exlíder de The Devil’s Blood y músico de directo de Watain, los suecos han regresado con una incendiaria muestra de black metal furibundo y arrollador. En el videoclip del citado tema aparecen amenazantes, cubiertos de sangre, vísceras, llamaradas y armas punzantes, en una virulenta traslación visual de su abominable universo. Negro. Rojo. Fuego. Una respuesta totalitaria plagada de blastbeats, explosiones, guitarras corrosivas y un solo final que podría haber firmado el mejor Kerry King.
El disco prosigue sin tregua, intercalando algunos medios tiempos que aportan un poco de oxígeno sin rebajar la hostilidad, como “Ultra (Pandemoniac)”, de sonido más death, o “The Fire of Power”, algo más épica y armónica. Los de Daniel Eriksson retoman el cetro con treinta y cinco minutos de brutalidad sin compasión, de fuerza depredadora y amoral, de catarsis y oscuridad sin fin.
El resultado, esta vez sí, evoca el mito nórdico de la cacería salvaje plasmado en la pintura de Peter Nicolai Arbo que preside el disco “Blood Fire Death” de sus compatriotas Bathory. Una buena manera de celebrar el veinte aniversario de Watain, la única banda que, a día de hoy, puede mirar de tú a tú a las formaciones clásicas del primigenio black metal noruego.
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