El otrora envidiado y fecundo oficio de guitarrista, protagonista en buena parte de la historia de la música popular a través de su función por trasladar ritmos ancestrales hasta el presente, resulta hoy una dedicación en franca retirada. Un desarraigo consecuencia del inevitable -pero trágico- sometimiento a la ley natural con que son interpeladas hasta las leyendas y de la no menos evidente transformación en la fisionomía de los creadores sonoros. Un escenario que obliga a ponderar como se merecen perfiles que mantienen en pie dicha tradición. Tal es el caso de Warren Haynes, que más allá de un nombre asociado a los míticos Allman Brothers despliega una carrera activa al frente de Gov’t Mule o bajo una firma en solitario. Episodios individuales que tienen su último referente en el recién editado “Million Voices Whisper”, un álbum que en ningún momento se aleja del característico y primigenio blues-rock pero que asume, en esta representación, un marcado acento soul que cubre todo el repertorio hasta convertilo en su seña más identificativa.
En esa lógica que invita a aquellos compositores acostumbrados a volcar su inspiración en un formato colectivo a una mayor flexibilidad a la hora de buscar refugio en sus expresiones en solitario, el actual trabajo del estadounidense escoge un compensado reclutamiento entre sosias habituales e integrantes de nuevo cuño. De esa manera la formación que camina junto a él en este trabajo alterna rutilantes presencias inéditas, como el teclista John Medeski, con otros contrastados compañeros afines, papel encomendado por ejemplo al bajista de su banda, Kevin Scott, o a ese viejo acompañante por los vericuetos eléctricos que responde al consagrado nombre de Derek Trucks. Una alineación que traslada con exactitud el sentimiento de un disco que se engloba en el ya absolutamente reconocible estilo de su autor pero que igualmente emprende su trayecto con marcada sensibilidad propia, unas huellas que no se alejan demasiado de los estudios de Muscle Shoals, un enclave ligado a un ADN sonoro específico.
Si en la disposición interna de los discos conviene no encomendarse a la mera casualidad como explicación a su configuración, que sea precisamente la misma guitarra que vistiera a los Allman Brothers quien se se encargue de cerrar y abrir el listado de temas parece un mandamiento claramente premeditado. Dos piezas que confluyen en un sonido soul-sureño, a la postre pieza angular de este trabajo, que determina a “These Changes”, perfectamente imbricada con el aura de bandas como The Band o Little Feat, y a la desinhibida jam session “Hall of Future Saints”, hogar idóneo para la brillante versatilidad que son capaces de expresar sus intérpretes, tendiendo un lazo de unión con quienes firmaran odas a la improvisación bajo títulos como “At Fillmore East”(71). Puntos comunes que si todavía para las mentes más incrédulas fueran insuficientes para revelar ese perceptible hilo común, quizás la dedicatoria a Dickey Betts resguardada en el disco y que una pieza como “Real, Real Love”, uno de esos medios tiempos espaciosos que parecen atraídos por el influjo de la luna, fuera concebida originalmente por Gregg Allman, aspiración que abortó su fallecimiento en 2017, y completada por Warren Haynes debería despejar cualquier duda respecto al mensaje de camaradería y homenaje que abraza el álbum.
Pero dicha hermandad y glorificación de aquel legado bajo ningún concepto queda expuesto bajo un formato nostálgico, porque más allá de su evidente espíritu resiliente, trasladando de manera obcecada un mantra que invita a recuperar la verticalidad frente a los escollos, su abanico musical se despliega con determinante heterogeneidad. Bajo esas premisas se extiende un itinerario que va desde el funk húmedo y visceral de “Lies, Lies, Lies > Monkey Dance > Lies, Lies, Lies” hasta la predominancia de un piano que dicta la romántica nostalgia ofrecida por “From Here On Out”, una pieza que busca su encuentro con songwriters roqueros como Bob Seger. Exposición de ritmos y ánimos que es capaz de derribar fronteras incluso en el seno de un mismo tema, ya que el inicio delicado de “You Ain’t Above Me”, con una guitarra que maúlla al son de BB King o Robert Cray, deviene en una explosión de majestuosa rocosidad. Un desenvuelto muestrario instrumental en el que metales y teclados se alían con igual solvencia para recrear una elegía sureña a través de Nueva Orleans en “Go Down Swinging” como incorpora “vocablos”gospel en una “Day of Reckoning” que traslada su encuentro con Lukas Nelson y Jamey Johnson sobre los escenario al estudio de grabación.
“Million Voices Whisper” consigue encapsular no sólo los mil susurros a los que alude su título, también es capaz de facilitarles un encaje musical, totalmente afín al decálogo de su autor pero con una clara impronta particular, con el que tomar vida con destino a posarse en el oyente. Rumbo obtenido gracias a un manejo de la guitarra y la voz que han heredado, para ser expresados con rasgos ya de sobra identificativos, algunos de los grandes valores acuñados por esa amalgama de ritmos añejos que conviven en su interior. Pero Warren Haynes principalmente se ha convertido en un maestro a la hora de entender y asumir que las cuerdas, ya sean colocadas sobre un mástil o alojadas en su garganta, son una herramienta igual de propiciatoria para rugir o para susurrar, vehículos que nos trasladan hacia la felicidad o al lamento, al fin y al cabo el sustento del que están hechos los sentimientos.
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