Ya era hora. Tras marear la perdiz con dos discos en directo -el acústico bajo el seudónimo Brothers Of A Feather-, una obra con rescates pretéritos etapa “Amorica” (“The Lost Crowes”), los pasatiempos de los hermanos Robinson, y las idas y venidas de Marc Ford, al fin tenemos de vuelta a The Black Crowes con material nuevo bajo el brazo y un bocado coqueto que llevarnos a la boca.
Y es que la última alegría por su parte en forma de rodaja discográfica fue con “Lions”, en mayo de 2001. Siete años más tarde, The Black Crowes suenan a clásicos, y como Pearl Jam, el otro gran trasatlántico superviviente del rock de los noventa, les basta con ser ellos mismos para desenfundar el arma y dejar huella gracias a su inequívoca personalidad propia. Con la incorporación de Luther Dickinson de North Mississippi Allstars en puesto del tránsfuga Ford, “Warpaint” luce palmito como su disco más de raíces, una especie de cruce subterráneo entre “Southern Harmony And Musical Companion” y “Lions”. “Goodbye Daughters Of The Revolution” abre el trabajo con un tono festivo y la banda envalentonada, mientras que en “Walk Believer Walk” se tiran de cabeza a las aguas del rock pesado.
Chris Robinson se nos muestra espléndido en “Oh Josephine”, pura liturgia sentimental sobre un medio tiempo de corte tradicional. Pero podríamos hablar también de “We Who See The Deep” (su “Gimme Shelter” particular, como si de unos Stones demoníacos haciendo sudorosa música negra se tratara), “Movin’ On Down The Line”, con un pie en la psicodelia y perfecto candidato para ser un single con galones, el blues satanizado “God’s Got It” de Reverend Charlie Jackson o ese “Whoa Mule”, en la que juran fidelidad eterna la armónica de Neil Young, las hordas hippies y la música de los Apalaches.Buen retorno.
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