Primera entrega para el sello Mushroom Pillow una vez finiquitada su relación con Everlasting, el quinto álbum de la banda de Madrid tiene algo de reinicio, con esa sorprendente portada inmaculada y minimalista.
“Enciendo la radio y todo lo que puedo escuchar son grupos que huelen a dinero y poco más…”, empieza cantando Leo Mateos en la letanía intoxicadora de la canción que da título al disco, propulsada por un riff oscuro e irresistible. Una rabia a duras penas contenida ante el mundo alienante que nos rodea, y la recuperación de la química del local con el batería Ricky Lavado, son los detonantes de un disco largo, denso y finalmente variado -será doble en su edición de vinilo-, y que, producción aparte, exige el mismo compromiso del oyente que demandaban sus predecesores.
El sonido deliberadamente más abierto y robusto culmina con el máster de Fred Kevorkian (The National) y aunque “Voyeur Amateur” suena más grande y lustroso, buscando (acertadamente o no, eso nos llevaría a una larga discusión cuasi filosófica) a ese público exigente pero familiarizado con este tipo de producciones limpias y con volumen, no lo es menos que Nudozurdo no reculan de los presupuestos estéticos que impulsaron su trayectoria desde los ya lejanos tiempos de “Sintética”: Desarrollos instrumentales misteriosos y elegantes, densidad nebulosa de guitarras, bajos rotundos y el personal estilo vocal de Leo, cuya voz, además, suena emotiva y descarnada.
Concebido inicialmente como un disco más visceral y directo de lo que fue “Rojo es peligro”, los picos y valles se acentúan. “Voyeur” alterna momentos de psicodelia rockera y pulsión kraut (“Beso co-rector”, “Jaula de oro”) con otros de pausada tensión eléctrica (“Bronca zafiro”) e incluso turbia delicadeza (“Estás tan perdida”, “Úrsula hay nieve en casa” con su atmósfera romántica muy The Cure). Son composiciones que se van frecuentemente por encima de los cinco minutos, como sucede con el corte inicial “Bondage Belcanto”, cuya larga abertura instrumental de guitarras trenzadas tiene reminiscencias de aquella “Mil espejos”; y la apocalíptica “La ruta de los Balcanes”, con esos nueve minutos que plasman el abandono eléctrico de local. Los arreglos están medidos, pero aportan matices. Es su disco más ambicioso, auto-consciente (que no calculado) y heterogéneo. El tiempo dirá si llegan a ese oyente escurridizo y caprichoso al que se han propuesto cautivar.
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