Lo cantaban en su última aportación para el Minimúsica con título de refrán popular: “De més verdes en maduren”. Y así ha sido. Verdes, verdes, que quede claro, no estaban Joan Pons y su tropa. Pero si verde aquí puede servir como sinónimo de ingenuo, inocente e infantil, diré que ahora en su tercer trabajo han crecido, volviéndose más reflexivos. Lo demostrado en directo ha acabado madurando con un trabajo inspiradísimo hecho en tiempo récord (justo dos meses). Dónde antes había sol de mediodía y canciones entrañables cantadas debajo de una higuera, ahora hay profundos y espirituosos anocheceres en una masía frente a la chimenea. Su afán por jugar ya no es ni tan naïf ni tan cumba –dicho con sentido amable- sino que ahora juegan a la introspección a base de guitarras, flauta travesera y fagot más psicodélicos e hipnóticos y unas letras más existencialistas. Incluso, diría, rozando cierto misticismo en, por ejemplo, “Partícules de Déu” con primera y segunda parte, igual que “Decapitació” con textos del poeta y dramaturgo Pere Quart. Un epílogo en el que Pons no para de cuestionarse la vida y la muerte en historias en las que aparecen muchas almas como en dos de las mejores, “Cau la neu” o “Cendres”, el final que él presagia para la clase política. Bautizado “Vol i dol”, una nana venenosa como las setas que puede haber por Massoteres, este es un trabajo más embrujado y pop y menos folk y rural.
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