Como aquellos pioneros del libre comercio que iban de pueblo en pueblo años ha, repitiendo que los productos que ellos ofrecían curaban incluso el envejecimiento. Max Richter, de prominente visión marketiniana, es uno de esos comerciales. Se ha convertido en los últimos años en su gran valedor: la posclásica o las bandas sonoras han resultado en ungüentos que en apariencia de cuerdas, órganos y sintetizadores han convencido incluso el más descreído que su música era la mejor.
Como un mago, para colmo el compositor es de Hamelín, ha hecho pasar lo anodino por extraordinario. Desde el lejano “Memoryhouse” (02) ha repetido fórmula, conviviendo cómodamente con la etiqueta de ser heredero de Michael Nyman o Brian Eno. Pero no todo han sido atmósferas sugerentes en su recorrido, como las que también brindó “The Blue Notebooks” (18).
Ha andado entretenido repitiendo épica en series y películas como “The Leftovers” (14), “Black Mirror” (16) o “Taboo” (17). Entremedias incluso se ha atrevido, ejercicio parecido al de Sufjan Stevens con “Convocations” (21), con “Sleep” (15), ocho horas y media en doscientas cuatro pistas. Canción de cuna eterna, que duerme por atonal.
El mundo grandilocuente de Richter sigue en “Voices Pt.1&2”, pero con un trasfondo sugerente y una puesta en escena medida. Orquestal pero justa, con una dominancia clara de los graves. Un ambient casi Sigur Rós. No podía ser de otra forma por el material sensible con el que el alemán ha trabajado: el disco está compuesto a partir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Tras un llamamiento masivo, todo a lo grande, recibió una ola de mensajes que le eclipsó: miles de lectores en más de setenta idiomas diferentes. Entre ellas, la propia Eleanore Roosevelt, quien impulsó la comisión que en 1948 daría origen a la Declaración. “Voices Pt.1&2”, pese a la ambición propia del compositor, parece tener objetivos mundanos y humildes: voces para acercarnos a un texto fundacional que hoy se tambalea. Mostrar la fragilidad humana y los errores, incluso los propios. Y no vender motos. Los charlatanes, los charlatanes son de otro siglo.
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