Surgía hace cosa de unas semanas el debate en redes sobre lo vaga y poco explicativa que suena la etiqueta “música de guitarras” como techo protector para esa notable cantidad de bandas jóvenes e independientes surgidas recientemente de la precariedad y de la autoedición. Al margen de su cuestionada falta de elaboración, bien nos sirvió la misma para encorsetar el éxito del rock en nuestras listas de mejores discos del pasado ejercicio, y todo apunta a que con nombres como el de Vicente Calderón la fiesta (con guitarras) continuará rugiendo también en 2025.
Lo que realmente parece estar ayudando a estirar este chicle no es tanto el clamor unánime por conjuntos contemporáneos que han desenterrado de los márgenes géneros derivados del rock, como si un denominador común de queja, inconformismo y atonía que hermana e inspira a una generación entera. “Cuanto peor para todos, mejor”, que decía aquel. Algo de bueno tenía que tener haber dado por supuesta ya la austeridad juvenil como un axioma más de nuestra realidad.
Con este leitmotiv mediante, excelentemente retratado en su tarjeta de visita editada por Subterfuge, el novel quinteto con nombre de estadio colchonero firma en sus diez pistas una declaración de intenciones tras otra donde el humor, la melancolía, la disidencia y el pitote conviven en perfecta armonía. Un trabajo que da fe de su actitud vital, compartida por tantos y forjada a golpe de himno que ya nos imaginamos reventando las salas de nuestra geografía durante los próximos meses.
No hay tema que se les resista ni que sea susceptible de ser tratado bajo su sardónica mirada y su pulso acelerado. Desde la confusa realidad sexual que vivimos en plena edad dorada del contenido para adultos en Internet (“Buscas vídeos porno para entender el amor a través de una pantalla en un viejo ordenador”) hasta la especulación inmobiliaria vigente que ha transformado las convenciones legítimas en lujos inalcanzables (“No quiero ser un necroturista, quiero vivir en la Costa Marrón”). Hay seso en sus letras y nada se deja al azar, lo que hace posible un íntegro equilibrio entre las dispares máximas de su discurso (de tocarnos la fibra con el shoegaze de “Última fiesta” hasta henchirnos el pecho a puro riff con “Número 1”, pasando del romanticismo de Álvaro Surma (Niña Polaca) en “Himno de las flores” al cataclismo punki de Samantha Hudson en “Dientes Rotos”).
Moviendo los hilos de la producción, Luis de Oleza y Carlos Sennacheribbo (miembros de Cora Yako) terminan por darle al todo la coherencia y el empaque necesarios para que "Vicente Calderón" (25) sea a todas luces uno de los debuts patrios más interesantes que vayamos a disfrutar en este arranque de año. Es un aviso a la población: si en un tiempo terminamos viéndoles llenando recintos como el que da nombre a su formación, que a nadie le pille mirando para otro lado.
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