Hemos vivido unos años en los que el rock de guitarras, rudo, sucio, garajero y desprovisto de compromiso ha pasado por una nueva etapa de oscuridad. Ha vivido en un segundo, casi tercer plano, mientras que el indie afectado o la EDM tomaban las riendas de la popularidad. Han sido bandas como Nashville Pussy quienes han mantenido su leve llama encendida desde el underground. Ahora todo apunta a que se nos acerca un nuevo periodo floreciente; las agencias de management más relevantes y los sellos punteros se apresuran a nutrir sus canteras de nuevos valores que explotar los próximos años. En espera de lo que les depare este esperanzador futuro, los de Atlanta regresan tras un silencio de cinco años con una nueva dosis de lo habitual: rock terco y grasiento, banda sonora ideal para noches de alcohol, sexo y carretera. No sorprenden a nadie, pero tampoco decepcionan a los ya convencidos.
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