¿French pop intimista de gama alta, cantante de culto, arreglos creativos y lujosos, letras que dicen cosas, colaboradores como Joey Burns, compositores del nivel de Jerome Miniere, Dominique A (su ex) y Jaime Cristóbal (Souvenir) y viene este cretino y sólo le da la mitad de puntuación posible? (Nota: es frase figurada, no la pongan en boca de nadie...).
Pues sí, oigan. Porque el disco lo firma Françoiz Breut, no ninguno de los citados. Y cuando se quiere actuar de musa inspiradora o de mecenas de ideas a lo Nico o Marianne Faithfull no se puede entregar un álbum dónde ella pinta poco más que convertir en tonadas tediosas canciones que en otras gargantas serían estimables. O destrozar “Ciudad del mar” con una pronunciación de guiri paellera que tira para atrás. Hay que poner más personalidad. Existen voces de sobra capaces de erizarte la pelusilla de la oreja. Pero Breut, al menos en esta ocasión, transmite un sopor inmediato al oyente y traiciona las canciones que han puesto a su disposición. Eso sí, quien prefiera los arreglos y la composición a la interpretación es libre de cambiar “mortalmente aburrido” por “intensamente bello”. Yo no puedo, que conste.
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