Hay grupos que se las apañan para ser entidades al margen del tiempo y las modas. Sin que sepamos bien cómo, siguen al pie del cañón por las razones adecuadas, empeñados en seguir construyendo sonidos desde su pequeño planeta en el espacio exterior. El underground norteamericano ha dado unos cuantos de esta estirpe, y desde luego que los de Philadelphia son de los más interesantes e indesmayables.
En su undécimo disco -26 años ya de carrera-, se mantienen fieles a los postulados de una psicodelia densa e hipnótica que han ido depurando después de que fueran inicialmente adscritos a cierto post-rockeo esquivo y deliberadamente desaliñado con el que en los noventa ganaron un prestigio que no se apaga. Grupo admirado por otros artistas, en este tiempo han sido invitados a tocar por gente como Lou Reed y Laurie Anderson o, más recientemente, The Jesus and Mary Chain y Mogwai.
En los seis cortes mandan las guitarras oceánicas y las melodías vocales de Isobel Sollenberger. La banda surca el espacio del rock cósmico de clasicismo marciano, con la pegada indie de unos Sabbath espaciales pasados de ácido (“Under The Pines”), las contundentes secuencias de acordes de unos Crazy Horse orbitando por el planeta Júpiter (“Crossover”), o la electricidad centrifugada de unos My Bloody Valentine setenteros (“Out of Reach”). Siempre bajo la mirada del dios Sun Ra, con la pegada de sonido en directo y orgánico que requiere su propuesta. En realidad, ni comparaciones ni etiquetas son eficaces para describir la rara fórmula de Bardo Pond, que tiene en la obsesiva reiteración de patrones, la electricidad candente y las melodías soterradas, sus armas para atraparnos entre capas y capas de fuzz.
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