El paso del tiempo ha tratado de distinta forma a los grupos que detonaron la explosión grunge. Muchos no sobrevivieron; otros, como Pearl Jam, asimilan la madurez a duras penas y, desde un segundo plano, Mudhoney se erigen una vez más como la opción reservada a un público más selecto.
Al fin y al cabo, ellos nunca estuvieron de moda, así que, ahora, poco o nada importa que a la escena de Seattle de los noventa se le haya pasado el arroz. Mark Arm y Steve Turner -a quienes los años no parecen amansar- siguen pilotando la nave, sin cortarse un pelo a la hora de distorsionar sus guitarras como en los mejores tiempos. Atrás quedan proyectos paralelos que les han ocupado últimamente y les han servido para cambiar radicalmente de tercio. Aquí, básicamente, se trata de recuperar el estilo crudo que les dio a conocer y sentó los cimientos de un éxito que, finalmente, disfrutaron (o sufrieron) otros. Tampoco es que no hayan evolucionado en absoluto, ni mucho menos, sino que con detalles complementarios como una sección de viento (como ya hicieran en su anterior trabajo) evitan repetirse en exceso, sin apartarse de su esencia, su integridad y su razón de ser.
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