Los Punsetes pusieron las cartas sobre la mesa desde el primer día: pop directo a la yugular, guitarras afiladas, letras maliciosas que lo son aún más en boca de Ariadna… Esa es la esencia de un grupo que precisamente por ser fiel a sí mismo arrastra la etiqueta de inmovilista. Y no es del todo justo porque, aunque las reglas del juego hayan quedado claras, los madrileños nunca han dejado de perfeccionar la fórmula en sus ocho años de existencia, ganando pasito a pasito en sofisticación. De la autogestión de su debut al asesoramiento de David Rodríguez en “LP2” (más que un productor, un amigo) y, desde luego, el trabajo de Pablo Díaz-Reixa en este “Una montaña es una montaña” que -sintomática muestra de madurez- es el primero de sus discos bautizado con un título. Efectivamente, la producción de El Guincho les lleva a sonar como nunca antes lo habían hecho, incisivos, serios y con un punch inédito. Llegó el momento de zafarse de ese amateurismo marca de la casa y, en ese sentido, la operación ha sido un éxito. Rejuvenecidos, la inyección de bótox supone en contrapartida cierta pérdida de naturalidad. O simplemente puede que, aunque una por una estas doce canciones mantienen el tipo, escuchadas del tirón se echa en falta la frescura de canciones pretéritas, hoy ya emblemáticas.
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