El ritmo bailable y el sonido hiper-saturado de guitarra con el que comienza "Taste", la canción que (casi) da título al nuevo trabajo de Ty Segall, molan mucho, pero no auguran novedades en el quehacer del joven californiano. ¿Se habrá repetido con otra tanda de temazos marca de la casa, sin más? Que cuando está en racha eso es mucho, ojo. Pero sacando tantas referencias al año, hay buenas canciones que mueren asfixiadas por la falta de espacio. Hace falta darles un toque distinto, armas para defenderse en el pogo de hits en el que ya se ha convertido el cancionero de Segall.
Y ahí entra "Whatever", el segundo corte, para cambiar el balón a la otra banda de un patadón. Una cadenciosa atmósfera robótica (al estilo de alguna balada de los Oh Sees) rompe los moldes e introduce otros de esos álbumes de experimentación, en los que Ty Segall ofrece bastantes cosas nuevas a excepción de su interpretación vocal, que se hace algo repetitiva como ya viene pasando en anteriores entregas. Por eso, una capela casi a la James Blake como "Ice Plant" se queda en anécdota, y lo mismo puede decirse del curioso y trepidante enfoque rítmico de The Fall, donde la saturación vuelve hasta casi romper el sonido.
La excentricidad de"I worship the dog" tampoco acaba de impactar, pero es a partir de ahí donde Ty parece concentrarse un poquito más en las canciones y menos en la producción, y surgen piezas memorables como "The Arms" (con refinadas mandolinas), "Sing Them" (de poderosa letra autobiográfica: My life is a mystery / I look inside but I can't see / All I got is what I say / So I don't speak or talk or pray / I sing them), "Lone Cowboys" e incluso ejercicios meramente sonoros que sí son convincentes como "When i met my parents (part.3)" o "Self Steem". Aunque a "First Taste" le falta una personalidad más definida, coherencia, no llega a ser tan caótico como sus discos más enmarañados.
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