Dos años después de “Cuervo, Corazón y Cuchillos”, Txarly Usher y Los Ejemplares publican su segundo larga duración, también al amparo de Demons Records. Dentro de nuestras tinieblas recoge diez nuevas canciones que confirman la evolución de esta banda, a la que podríamos calificar como reciente, pero tanto lo que ya han hecho desde que se reunieron como lo que ya traían consigo de currículo cada uno de ellos por separado, la convierten en un proyecto consolidado.
Sin dar más rodeos, este disco, bajo mi punto de vista, ahonda en la fundación de la banda, en un sonido que siempre obliga a retrotraerse a las décadas finales del siglo pasado. Podríamos llamarlo post-punk o afterpunk, si tiro de esas etiquetas que siempre se ajustan a las bandas peor que unos zapatos tiesos que no son de tu número. Sin embargo, en este disco percibo nuevos matices y complementos que, en mi humilde opinión, enriquecen el producto final.
Para empezar, el disco confirma el ajuste definitivo y preciso de los teclados de Javi Montilla, que ya aparecieron en sus epés, pero que aquí ganan peso y prestancia, más allá del mero aspecto ornamental, contribuyendo al ritmo y al sentido de las letras. Destaca también el trabajo de guitarras, con un sonido afilado y riffs que juegan entre lo original y la influencia. Pero, sobre todo, aprecio un incremento en la velocidad y el nervio. Muchas de las canciones ganan en acometida e inmediatez y se elevan con el sustento de una voz que suena directa y espontánea, el vehículo adecuado para unas letras que no se andan con subterfugios y que revelan una meditación crispada: “tanto postureo me pilla un poco viejo”, “la paciencia de la inercia es repulsión en mis entrañas”, “jauría de cobardes en las redes sociales”, “provoco incendios con mis defectos”, “joven para morir, viejo para elegir”, “las voces digitales mienten, algo apesta en el ambiente”, “levanté mi micromundo”, “he muerto tantas veces, sobrevivo”… Son solo unos ejemplos y espero haberlos transcrito correctamente.
No es una sorpresa que las letras vuelvan a ser un argumento efectivo. Transluce el esmero por describir con arresto y diligencia, ampliando el imaginario, cuidando la dicción y afilando la rima. Además, todo esto bien engarzado con la progresión melódica. Sin embargo, e insisto que la opinión es subjetiva y personal, se aprecia un tono más punzante y descarnado, más entraña y menos requiebro, dotando a estas canciones de un impacto más perdurable y significativo. La voz de Txarly Usher, aunque no renuncia a los efectos, se escucha de frente, con el aliciente y la pujanza de quien tiene algo que quiere decir y sabe cómo quiere decirlo.
Las guitarras tajantes abren “Letras tristes” y parece una declaración de intenciones. Sin demora, entran los teclados. Parece una canción redonda, maciza, con un eco brillante y espinoso. Más velocidad y brío en “No me toques”. Danzan y remueven en “Gatos” o en “Ruido”. Rebuscan en la tradición con canciones como “Tragicomedia” o “Big Bang Bang”. “Luna Negra”, con el bajo y los platos marcando con sentido el ritmo, “Arenas movedizas” o “Elementos” parecen ceñirse más al camino que abrieron en su anterior disco. Solo me ha quedado una por mencionar, pero no quería ser exhaustivo, solo dar algún ejemplo específico. En general, el disco convence porque continúa lo propuesto anteriormente, pero esgrime el espíritu poderoso de la música como expresión arrebatada, crítica y genuina.
Para ponerle la guinda, la banda ha anunciado también la publicación en físico de sus dos epés anteriores, que sacaron antes en formato digital. Ahora, si quieres, puedes hacerte con Soma y Baudelaire.
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