Su método sigue siendo el do it yourself -siempre han grabado con lo que tenían a mano en su nido matrimonial- en esta ocasión un Macintosh G3 y el programa Pro Tools han conseguido tejer el envoltorio de la vertiente crooneresca que va adquiriendo disco a disco la garganta de Brett Sparks. Y es que las atmósferas sintéticas no consiguen reñirse con las raíces del matrimonio Sparks, unas raíces tan bien ancladas en el suelo americano que aguantan cualquier cosa y por cualquier cosa me refiero a esos ecos de Joy Division, esos guiños ochenteros, esos teclados sublimes y a la vez siniestros de “The Snow White Dinner”. ¿Cómo se puede sonar tan desesperanzado?
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