Aunque con un repertorio del todo previsible en estos tiempos y con un sonido potencialmente mainstream, estos veinteañeros londinenses, secundados por el padre de uno de ellos, dan en el clavo en algunos temas con talento de single de su segunda y nueva oportunidad.
La clavan en el corazón con esa estúpida euforia jovial, pero más allá ya ni te canses en rebuscar. Lo suyo no tiene secretos: se limitan a reproducir el tan trillado legado del power-pop y el punk-rock británico más adolescente, adictivo y enamoradizo. Compruébalo sobre todo en “Young Love” o “Half In Love With Elisabeth”. En otra, “Flakes”, asaltan a Jack White y se quedan con los acordes y el llanto que éste dejó en la versión que con The White Stripes hizo del “I Just Don´t Know What To Do With Myself” de Bacharach, pero, por supuesto, sin su desgarro y edulcorándolo con unos cantos corales a todo pulmón que dan aire. Como airean también las radiantes y alegres melodías pop que hay en temas como “Veiled In Grey” o “Two Doors Down” y esos danzares rítmicos en el intento electro-rock que es “Hideaway” o en la folky “Behind The Bunhouse”. ¿Qué más se les puede pedir a quiénes como rosquillas se añadieron al Top hype? Continúan siendo lo que eran, están por lo que están, y cumplen. Básicos, pero dosificándolos resultan infecciosos. Todo un despilfarro de juventud que tontamente hacen que nos distraigamos sin que nos provoquen urticaria.
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