Disco a disco hasta este séptimo trabajo, Miren Iza ha ido construyendo una carrera sólida con álbumes cada vez más alejados de las etiquetas al uso en las que nos solemos movernos. Su “pop de autor” (por definirlo de alguna manera) ha venido alcanzando vuelo, y ahora adquiere nueva complejidad en esta etapa de madurez que afronta con todas sus consecuencias.
No es que “Amadora” sea un disco fácil en el sentido en el que se esperan hoy las cosas: blanditas y sin hurgar en la herida. En este caso, un existencialismo específicamente femenino pero universal. La artista homenajea con elegancia pero también crudeza a esas madres que, como dice en una de las canciones, se dejaron la piel por su familia. Olvidándose de sí mismas por el camino. Un disco conceptual -en sus propias palabras- que viene acompañado por un montaje teatral de María Velasco.
Musicalmente la artista picotea con sutileza y buen gusto en diferentes ámbitos -del folk al indie pop, la canción de autora o la electrónica-, con la soltura de quien no tiene nada que demostrar. Es en sus letras -personales, incisivas, hirientes- donde continúa arriesgándose a decir verdades que casi nadie expresa.
La compositora le presta su voz a Amadora, una mujer madura y universal que transita del borde del abismo a la esperanza. Concebido con una estructura narrativa, el álbum arranca introspectivo, casi inhóspito, para irse abriendo a un resquicio de luz. Entre la frágil delicadeza de “Tacones lejanos” y las melodías de voz y estribillos triunfantes de “LA ESTRELLA” hay un viaje emocional intenso que duele y emociona, con paradas en el pop dislocado (“SANTAMÁRTIR”) o electrónico (“Melocotón”), las atmósferas viciadas, casi de unos Portishead sureños, de “Cuando venga el león pálido” o el folk rock de texturas acústicas con precioso estribillo (“No quiero hacer historia”). Todo resuelto con la sabiduría de quien hace tiempo que ha encontrado su voz propia.
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