El ambiente generado alrededor de una timba de póquer nos remite a un espacio donde prima la desconfianza entre unos competidores que luchan únicamente por su éxito individual, incluso utilizando el -consentido- engaño. Una realidad, pese al título adjudicado al segundo álbum de este trío vizcaíno, “All In”, en referencia al envite realizado por un tahúr en busca de la mayor gloria o el estrepitoso fracaso, que dista mucho en realidad del concepto que predica dicha grabación. Porque su rotunda apuesta toma forma a través de unas cartas arrojadas sobre al tapete por medio de múltiples manos, todas aquellas que representan a los convocados alrededor de una mesa conformada por un ramillete de talentos versados en las heterogéneas artes roqueras. Un afán colaborativo y de confraternización que extiende y amplía la hermandad reflejada en su debut, “Brothers”, haciendo que cada pieza integrada en este nuevo trabajo alcance su pleno sentido gracias a una rúbrica conjunta.
Al margen de ese carácter continuista y expansionista en cuanto a su ánimo participativo, la misma toma de conciencia se puede aplicar respecto a la puesta en escena sonora. Una identidad que, asumiendo a la perfección que su terreno predilecto pasa por desarrollarse entre el rock de los setenta, un término aquí relacionado directamente con esas bandas que construyeron su identidad en torno a generar un expeditivo cruce de caminos entre la herencia de los ritmos negros y el rugido de las guitarras, en esta ocasión afila con cincelada precisión sus ingredientes en una imponente sinfonía donde cada instrumento es al mismo tiempo protagonista y parte integrante de un apoteósico trayecto conjunto. Virtudes de las que no se puede excluir a la bienvenida responsabilidad de su hombre de confianza en la producción, Pedro J Monge, al que su ascendencia heavy parece ayudar a la hora de impulsar más si cabe la ya de por sí incendiaria naturaleza de esta triada.
La muy estimable paradoja que encierra este disco es que si bien en sus formas responde a un rotundo alegato de pasión y fuerza, en paralelo resulta un acercamiento más racional, propiciado por el paso del tiempo, o podemos llamarlo edad siendo un poco indiscretos, a la hora de enterrar mitologías juveniles relacionadas con el atribulado universo musical. Los dolores de espalda, la falta de energía puntual e incluso la poca necesidad de seguir quemando cada noche como si escasearan empujan a sus autores a intercambiar el relato de esa idílica Shangri-La, con la que seguramente alguna vez soñaron, por una mirada realista que bajo ningún concepto significa socavar el ímpetu y la energía regeneradora que el poder de la música sigue teniendo para Triple Zero Band. Probablemente hace mucho que ya retiraron los pósteres de sus ídolos de la pared, pero siguen siendo fieles al coraje interpretativo de aquellos que continúan inspirando, aunque con otro paso, su forma de entender la vida.
La súplica redentora, entonada junto a Lander Lourido, de Moonshine Wagon, que esconde “Save My Soul”, y que sólo puede ser entendida bajo la épica de esos estribillos que se cantan clavando los ojos en el cielo, sin necesidad de estar habitado por deidades, es también toda una declaración de intenciones en lo que parece una entente entre Govt’Mule y ZZ Top, o lo que viene a ser lo mismo, contemporáneos y clásicos al servicio de una misma causa, un eslogan que define a la perfección a esta banda y su disco. Consigna a la que no le faltan ejemplos para ser revalidada, ya sea la invocación a la agitación más desde el cerebro que desde las tripas que es “Out of Control”, donde la formación aplica su propio rodillo, impulsado por la batería de Aritza Castro, al catálogo de “bluesmen” que entienden el género de manera aperturista, ya lleven el nombre de Coco Montoya o Kenny Wayne Shepherd, o los riffs con hechuras “hendrixianas” que construyen un hercúleo “Balls Out”, donde las cuerdas vocales de Charlie Santiago se suman a la necesidad de asumir nuestros pecados sin esconderlos bajo la recurrente maldición existencial.
Aunque hasta el momento nada de lo comentado delata falta de fuelle, muy al contrario, el octanaje todavía incrementará cuando esas constantes son sometidas a una aceleración dictada bajo las enseñanzas de Lemmy, o Mötorhead, propiciando un escenario más trepidante en piezas como “Let It Roll” o una “Living Rock And Roll”, de evidente reminiscencia a Led Zeppelin en su título y en su batería inicial, en la que son congregados la armónica de Carlos Jover y las seis cuerdas del mítico Jose Alberto Batiz, escudero en su momento de Fito, para, pese a esa toma de conciencia del desfallecimiento del ánimo juvenil, seguir reivindicando un género musical que subvierte la aburrida rutina cotidiana. Y entre tanto desaforada y espídico ritmo, y al igual que hasta la mayor de las tormentas contiene un momento de sosiego, el relajo viene manifestado por el melancólico y romántico medio tiempo “True Love”, al mejor estilo de The Blackberry Smoke, una loa al amor verdadero al que son invitados los más “metaleros” del elenco, los miembros de Vhaldemar Carlos Escudero y Pedro J Monge.
Si algo caracteriza a ese espíritu de camaradería es honrar a aquellos que abandonaron el camino antes de lo deseable y justo, por eso el cierre del álbum resulta especialmente emotivo al escoger un tema original de Lomoken Hoboken, de título especialmente adecuado, “The Last Round”, para encumbrar al blues y a uno de nuestros más diestros ejemplares en tales lides, Manuel Monge, revivido gracias a la magia del estudio y al que le dedican un sentido último epitafio. Un recuerdo que va más allá de la llorada desaparición y el nostálgico anhelo, suponiendo todo una ofrenda a una música que, pese a ser entendida de diversas maneras según el calendario dicte, mantiene intacto su poder transformador. Hay una máxima en el póquer que recomienda no afrontar una apuesta extrema sin tener el aval de unas buenas cartas, y Triple Zero Band han demostrado tener unas especialmente atinadas para atraer hasta sí todas las fichas, algo que, como tantas veces en la vida, se consigue con mayor rotundidad apoyándose en los amigos.
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