Se acepte o no, hace años que tenemos claro que innovar en el mundo del punk es algo por lo que muy pocos suelen preocuparse. Y no importa que se eche la mirada atrás para conseguirlo, que va, lo importante es que se huya de la previsibilidad que consigue que, especialmente en los Estados Unidos, triunfen quienes menos fichas mueven. Por eso debemos rendirnos a Tim Armstrong, porque cuando quiso sorprendió con Operation Ivy, porque consiguió que Rancid escupiesen en la cara de todos sus contrincantes a base de rudeza y porque ahora, el muy cabrón, nos deja con tres palmos de narices.
Le acompañan Travis Barker (el Blink 182 más inquieto) y su amiguete Rob Ashton, pero da lo mismo, porque, dejando a un lado la formación de Transplants, el valor de la docena de canciones que nos presentan esta en su facilidad por convertir lo viejo en nuevo, lo nunca punk en punk, lo rap también en punk y todo absolutamente todo en punk, chispillas electrónicas incluidas. Por lo tanto, respeto para ellos. Porque han sabido arriesgar, porque el disco les ha salido molón, pero podría haber sido una gran pifia y eso, parece, no les ha importado lo más mínimo. Nada de adaptarse o morir; la verdadera magia de todo esto de la música está en arriesgarse o, quizás, morir.
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