Las canciones de Jorge Pérez mudan -ligeramente- sus ropajes, pero mantienen el mismo tuétano jubiloso, prendado de esa creciente sensación de ingravidez que obliga a darle de comer aparte en nuestra escena. Inquieto por naturaleza y alérgico al calco de la misma fórmula, ha dado con una ecuación equilibradísima entre el hechizo analógico y el digital, en gran medida gracias al rol de un Alberto Rodilla (Polock) implicadísimo en labores de producción y cacharrería, sobresaliendo entre su habitual nómina de secuaces.
Folk levitante y pop ensoñador hermanados sin coartada retrofuturista, más bien con el hilván de lo atemporal. “Somos lo que escondemos”, dice en “El invitado”. Y lo que este soberbio disco esconde, entre samples de Joe Meek o The Lovin' Spoonful (casi emulando a los primeros Alpha) y trazos melódicos para enmarcar, es -una vez más- el material del que deberían estar hechos nuestros sueños.
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