Desconcertante disco de Tom Morello. Tras repasar los doce cortes que componen “The Atlas Underground Fire” casi lo único que aflora son preguntas. ¿Dónde está situado Morello? O mejor dicho ¿Dónde quiere estar situado Morello?
No es fácil comentar un disco como este por varios motivos. Por un lado el eclecticismo disfuncional que posee es complicado de abarcar, por otro hay que reconocer (al menos en un servidor) que no “encontrar” el sonido de Morello en varios pasajes del disco es perturbador; aunque este sea un encare conservador e incómodo, es inevitable sentirlo. Porque Tom Morello es un músico que destacó para una generación en particular, la que abrazó la música de Rage Against The Machine en su adolescencia, y nos enseñó –como nadie en el business-– un inquebrantable abanico de poder, creatividad y maneras para hacer rock.
El tipo, junto a sus colegas de RATM, creó un nuevo universo, ágil, excitante, furioso, volador y mil adjetivos más, pero sobre todo un universo con coordenadas claras y delimitadas. No olvidemos aquella declaración de principios omnipresente en los discos de estudio de RATM: “no se usaron samples, sintetizadores ni teclados en la realización de este disco”.
Bien, en “The Atlas Underground Fire” es muy complicado encontrar aquellas virtudes. Esto no significa que sea un disco totalmente carente de méritos, el simple hecho de intentar reinventarse es uno, pero los resultados de la intención son en general inconsistentes. Hay ocasiones (varias) en que la contundencia de los riffs de antaño quedan difuminada por arreglos y melodías kitsch, texturas pulidas a más no poder, brillo innecesario y una sensación de show-off total que no ayuda a tomarse el proyecto con la seriedad que deberíamos presuponerle. Pero, como esto es el show del Yin y el Yang, debo decir que esas sensaciones las trae en gran parte la ultramoderna producción del disco, ejercicio de alto perfil que polariza al oyente, algo que Morello sí trae en la sangre desde el primer día de RATM. O sea, en ese sentido parece mantenerse fiel a sus premisas originales, pero con un pelaje completamente distinto.
Como estilista de su propio nuevo look, Morello se radicaliza y ofrece guitarras filtradas, sonidos gordos cercanos a la idea de soundtrack de videojuego y un sinfín de artificialidad sonora. Aquí, sospecho, radica lo más claro del ímpetu de la obra: la intención de convocar nuevos oyentes. Para eso invita con acierto a Bring Me The Horizon en “Let’s Get The Party Started” (que incluye el momento más RATM del disco), a Damian Marley en “The Achilles List” logrando un buen resumen de reggae y hard rock que recuerda a Skindred y a Dennis Lyxzén de Refused en la mejor canción del disco –más que nada por la impecable interpretación del cantante– “Save Our Souls”.
“Es como tocar en doce bandas diferentes” dijo Morello orgulloso a la Rolling Stone australiana el día del estreno del disco y ese es precisamente el problema: la mayoría de esas doce bandas no son tan buenas como se podría esperar.
Para contemplar esto basta con pasarse por el anodino final en clave raver con “On The Shore Of Eternity”, la sonrojante balada country con Chris Stapleton (“The War Inside”), el trap de segunda división que desvaloriza buenas ideas en “Nakara” junto a Mike Posner o el quiero y no puedo del comienzo con “Harlem Hellfighter”.
En el limbo de lo neutral aparece la versión del clásico histórico de AC/DC “Highway To Hell” junto a Eddie Vedder y Bruce Springsteen –podría haber sido mejor, pero al menos allí se busca un propio camino interpretativo–, el instrumental “Charmed I’m Sure” junto a Protohype, que combina guitarras agresivas y limpias y dubstep cibernético y “Hold The Line” junto al activista grandson.
No es agradable quedarse con dudas luego de atestiguar una obra, pero también es menester darle crédito a artistas que pueden dejar interrogantes abiertos. Y es así: al final de “The Atlas Underground Fire” no tienes ni zorra idea de qué van las intenciones artísticas de Morello ¿será eso bueno o malo?
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