Hubo un tiempo, hace más de dos décadas, en el que los grupos oscuros funcionaban comercialmente. Y no hablamos de los más ariscos, los más after punk, sino aquellos que abrazaban el pop y firmaban canciones. No repetiremos nombres, no queremos facilitar en exceso las cosas a los holgazanes.
Bien, pues ahora parece que, vista la repercusión de Interpol primero, Editors, Glasvegas y White Lies internacionalmente (o en menor medida favoritos de un servidor como Catpeople o The Mary Onettes), las camisas negras, los bajos con cuerpo y los ambientes oscuros, el viento vuelve a soplar a su favor. Eso sí, aquí manda sobre todo el pop. White Lies tienen buenas canciones, un puñado de ellas, pero ni gozan de la personalidad de Glasvegas, ni su épica es tan de estadios como la de Editors, ni su fuerza es la de unos Interpol. Digamos que White Lies combinan algo de ellos con bastante del pop edulcorado de The Killers, dando como resultado un álbum que tiene sus momentos (“E.S.T.”, “To Lose My Life”), pero que carece de la solidez necesaria para enfrentarse a algunos de sus contrincantes (hablamos de calidad, no de posibilidades comerciales, que las tienen) en los términos en los que a gente como nosotros les gustaría.
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