El tercer álbum de Invisible Harvey, el principal proyecto de Dimas Rodríguez, se confiesa tributario de la añeja artesanía del Brill Building, de la factoría de canciones como gloriosa cadena de montaje (no hay más que ver su portada), pero a mí me recuerda aún más a las filigranas de Michael Head, Parade o Belle and Sebastian, por solo mencionar tres ejemplos dispares. Es, sin duda, su disco más de ver la vida pasar, de madurez, del sosiego de la mediana edad.
Despegándose del fulgor pop instantáneo para acercarse a la esbeltez de tiralíneas del mejor pop de cámara. Sin asomos de indie pop o de americana. Bajo un prisma más señorial, sin que eso sea (en absoluto) un hándicap. Y es un derroche de elegancia, con la sección de cuerda que integran Núria Maynou y Joan Gerard Torredeflot elevando cada uno de sus cortes a la estratosfera. Con la enorme “Salgo en tu dedicatoria” llevándose la palma, aunque sea la que menos los necesite, y por ello menos los exhiba. Y con letras inteligentes, aunque sin sorna. Transparentes en su ánimo.
Sensible, sencillo y sin afectaciones, es un auténtico salto cualitativo en la carrera de un músico que sabe por lo que dice pero también por lo que calla (por algo ha ejercido también la crítica cultural durante años). Mucho más, en cualquier caso, que aquello que Simon Reynolds definió hace años como grupos formados por fans acérrimos de otros músicos. Porque lo suyo siempre ha destilado conocimiento, pero también (ahora más que nunca) intuición y raza, que buena falta hacen.
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