Acercarse a Tinariwen siempre resulta un tránsito espiritual. En una actualidad dominada por el individualismo y el ilusionismo virtual, escuchar esta orquestra árida y nómada, enraizada en la tierra y enlazada con los sombríos cielos llenos de estrellas, es casi una necesidad. Un antídoto natural. Su música te guía por un viaje de conexión con lo más profundo del ser y su innata tendencia a la comunidad. Guitarras armadas con esos riffs que parecen mantras del reino animal, tan característicos de la harmonía africana producto de una cultura ágrafa y comunal, sentir el murmullo de la percusión en plena vibración y dejarse llevar por ese call and response tan telúrico y base de casi toda la música moderna occidental, hace que uno conecte con una especie de demiurgo musical: esperanto sonoro, almas que abarcan un cosmos eufónico que brilla en espiral.
La banda ha grabado el disco haciendo honor a su espíritu trashumante, yendo desde el Sahara hacia Mauritania y realizando una sesión cada noche, bajo la oscuridad abrumadora del desierto, acompañados por su equipo de producción francés equipado con un estudio móvil. El resultado es una música evocadora: pura y que susurra en áurea serpenteante los enigmas de la creación y la tradición musical africana. Ellos capitalizan esa cultura casi resguardada en esa África que, a pesar de ser manantial y fuente primera, permanece ignorada por la mayoría del Occidente cultural. Ellos no reclaman nada, tan solo crean libres, y transmiten un gozo de una naturaleza inexorable que se manifiesta en cada sonido emitido. Esta vez participan algunos occidentales como Warren Ellis (The Bad Seeds, Dirty Three), Stephen O’Malley (SunnO))) o Micah Nelson (hijo de Wille Nelson) que han querido colaborar y respirar el néctar musical de esa música tan especial que nos enseña que la pureza no está para nada reñida con la vanguardia.
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