La trayectoria seguida por Kristin Hersh es admirable y ciertamente meritoria. Desde mediados de los ochenta y a lo largo de casi toda la década de los noventa capitaneó con personalidad a Throwing Muses, convirtiéndose así en una de las principales abanderadas de aquél movimiento feminista del rock bautizado como Riot Grrrl. Tras la disolución de la banda, la vocalista debutó en solitario con el espléndido ‘Hips And Makers’ (Sire, 94), iniciando así una interesante carrera que continúa sumando muescas, la última de ellas hace un par de temporadas con ‘Possible Dust Clouds’ (Fire, 18). Ya en 2003, Hersh reagrupó a su banda para publicar ‘Throwing Muses’ (4AD, 03) y recuperar la reputada marca del grupo, si bien es cierto que con una periodicidad intermitente y espaciada en el tiempo.
Unos logros acontecidos mientras la de Atlanta lidiaba con problemas mentales, en unas circunstancias complejas que quedarían expuestas sin tapujos en sus (muy recomendables) memorias ‘Rat Girl’ (Alpha Decay, 10). En todas y cada una de las facetas y fases por las que ha pasado, la norteamericana ha sido capaz de imponerse como figura relevante y de incuestionable talento creativo. Por eso no es de extrañar que la nueva entrega de Throwing Muses, treinta y cuatro años después de aquél debut homónimo y tras siete de silencio, resulte una obra tan vigente y convincente como es la presente referencia. ‘Sun Racket’ es un nuevo compendio de indie pop/rock afilado y con nervio, con claro especto noventero pero que en realidad se concreta en un sonido atemporal, sin fecha de caducidad y, por lo tanto, podría decirse que contemporáneo. La mayor parte del álbum concentra su fuerza en canciones más reflexivas, menos evidentes en su aspecto pero conferidas con una poderosa capacidad persuasoria. Sucede con cortes pausados o medios tiempos incisivos del tipo de “Bywater”, “Maria Laguna”, la bella y delicada “Upstairs Dan”, “Bo Diddley Bridge”, “Milk At McDonald's” o la final “Sue’s”. Pero también con piezas más explícitas del tipo de la inicial “Dark Blue”, la medida distorsión de “St. Charles” o la gran muestra de poder que supone “Frosting”.
Un decálogo que, en definitiva, no es sino un nueva muestra de poder y fuerza por parte de Kristin Hersh, que vuelve a liderar su banda con mano firme, fiel a su manera de hacer las cosas y de entender las preferencias que necesita su música. Una excelente noticia que señala a una artista incuestionablemente importante dentro de la escena indie norteamericana de los últimos treinta años. Mientras otros artistas arrastran su legado y se apuntan a la auto-caricatura con discos mediocres, la autora sigue probando su gusto para afrontar esa inevitable madurez compositiva en la que se encuentra inmersa. Y de paso (o quizás precisamente por ello), su oferta y presencia resultan más reales y creíbles que las de muchas creadoras actuales sobre las que ella misma ha llegado a influir.
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