Segundo álbum en solitario del cantante de Black Crowes tras el irregular intento de soul-rock luminoso y hippie de su anterior entrega, y las premisas siguen más o menos intactas: producción de lujo puesta al servicio de una garganta que, con ese punto de rotura tan personal, se ajusta muy bien a los medios tiempos rock y a las baladas románticas, etéreas y épicas.
Canciones de amor de las que abusa en exceso, con lo que acaba por lastrar la vitalidad de un disco que, tras el trallazo rockero de su primer tema (“40 Days”), prometía otra cosa. Puede que a los seguidores más enamoradizos de Black Crowes les convenza esta colección de suaves tonadas con un pié en los Eagles, pero a buen seguro que los rudos moteros que lucen camiseta de los Allman Brothers echarán en falta más huevos. Esa testosterona aparece de nuevo en los dos últimos temas, es decir, demasiado tarde. De todas formas si disfrutaste del primero y te saltas algún tema obviable, este nuevo disco de Robinson aguantará unas semanas en el cargador de tu coche.
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