Demasiado ocupado ha estado
Sergio Pérez últimamente como para poderse concentrar de lleno en su proyecto
thelemático. Estábamos esperando una continuación de su anterior EP de hace
tres años y aunque ha costado, aquí lo tenemos, construyendo su propio
universo. Y con el disco echando chispas en el reproductor, no cabe más que
decir que la espera ya ni se tiene en cuenta y que incluso ha merecido la pena.
Estar al lado del omnipresente Joe Crepúsculo absorbe minutos, igual que su de
cada vez más intensa dedicación a producir también a otros elementos del pop.
Ahora le devuelve el favor otro de esos talentos del más allá de los mares,
después de que por sus manos pasase “Alegranza”,
una de las más sonadas celebraciones pop de la pasada década. Aquí Pablo
Diaz-Reixa (El Guincho y Coconot) le da a las baquetas. Sin embargo su actual
formación es otra. Quedándose solo en la trinchera, decidió reclutar a las ex
Sibyl Vane, Rocío y Luciana, a quien ya solicitó antes de liquidar
Anticonceptivas. Su debut largo dura poco más de veinticuatro minutos y
contiene catorce flamantes canciones; directas y de una crudeza afectuosa.
Desterrando lo feúcho, aquí prevalecen las melodías bonitas. Pura teología pop
sin complejos. Pequeñas joyas caseras que irradian un brillo críptico.
Guitarras que remiten a las de hace cinco y seis décadas, hasta coros surferos
y un misticismo lírico que incluso se atreve a desafiar a Ramón Llull en la
impetuosa “Oro fino”, digna sucesora de su pretérito himno “La casita”.
Parafraseándole, en su “Mundo raro” sólo existe él, aunque nos lleve a los
tiempos pletóricos de universos únicos como los de Patrullero Mancuso, El
Desván del Macho o Derribos Arias. Y esto es algo que nos encanta y que se
agradece.
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