La espera ha merecido la pena: el cuarteto afincado en Barcelona, que saltó a la palestra cuatro años atrás como banda Demoscópica, regresa con un segundo disco elegante y cuajado de melodías y canciones inspiradas. El fondo psicodélico y las progresiones casi jazzísticas se funden a la perfección con un pop depurado de guitarras limpias y bajos musculosos, cuya genealogía melódica podría llevarnos hasta el funk pop de Orange Juice o incluso de The Smiths. Esta rara combinación funciona en un LP muy personal en el que se puede adivinar que hay mucho trabajo apasionado.
El luminoso sonido por el que apuestan en labores de producción el chileno Brian Silva (voz, guitarra y sintetizadores) y el curtido Santi García (La habitación roja, Nueva Vulcano), resalta la limpieza y la nitidez de los instrumentos. Las letras, según afirman los propios The Zephyr Bones, tratan de temas atemporales como la pérdida, el amor y la esperanza, aunque el álbum se grabó meses antes de que estallara la pandemia.
Al final, “Neon Body” consigue que el tono marcadamente optimista de los diez cortes no degenere en lo blando ni lo azucarado. El ejemplo perfecto lo encontramos con la estupenda y bailable “Verneda Lights”. También hay estribillos infalibles (“Afterglow”), ritmos motorik hipnóticos (“So High”), coqueteos con la electrónica (“Neon Eyes”) y por encima de todo, melodías pop muy certeras (“Velvet”, “Celeste V”), todo bajo el infalible imperio del buen gusto. Situándose por encima de constricciones genéricas, tampoco tienen miedo a desarrollar las canciones con imaginativos pasajes progresivos en los que ponen de relieve la química que han desarrollado como banda en este tiempo. El resultado es un disco delicioso, en el que cada parte encaja encaja en el todo con total naturalidad.
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